OBJETIVOS.
1. Nos proponemos investigar lo que dicen la fe y la ciencia sobre el origen y destino del mundo.
Experiencia y reflexión.
Cuando éramos niños, todo era más sencillo. En nuestra mente mágica todo era posible; el mundo era comprensible: todo era creación de Dios. Ciertamente, teníamos temores y hacíamos preguntas. Pero ahí estaban nuestros padres para espantar nuestros miedos.
Crecimos, salimos de nuestra cándida e ingenua credulidad y vinieron las dudas. Empezamos a entender unas pocas cosas y creímos haber descubierto la piedra filosofal: todo era evolución. Y quisimos transvasar toda el agua del océano a nuestra pequeña charca. Pero el océano resultó demasiado grande.
En nuestro proceso de madurez, hemos llegado a comprender que el mundo no se deja encerrar en fórmulas; es demasiado complejo para ser comprendido y explicado en su totalidad; desborda nuestras medidas. Nos hemos hecho más humildes y quizá también más sabios y ahora tratamos de conciliar nuestros saberes y nuestras creencias, pues la fe y la ciencia se necesitan: “Ciencia sin fe es coja, fe sin ciencia es ciega” (A.Einstein).
Cuestiones previas:
1. ¿Qué había al principio, según la fe?
2. ¿Qué había al principio, según la ciencia?
3. ¿Qué sucederá al final según la ciencia?
4. ¿Qué sucederá al final según la fe?
5. ¿Por qué han entrado en colisión (a veces) los puntos de vista científico y religioso?
6. ¿Cómo debe plantearse el tema en cada área para no entrar en colisión?
1. ORIGEN DEL MUNDO, SEGÚN LA RELIGIÓN.
En la antigüedad se pensaba ingenuamente que el mundo era según su apariencia: arriba una cúpula de donde descendían las aguas; abajo estaba el océano marítimo, de donde subían los canales formando fuentes de agua. EN medio estaba la tierra que era como una losa; la tierra era el centro del universo; a su alrededor giraban el sol y los planetas. Se tenía una imagen tripartita y geocéntrica del universo.
El hombre primitivo se sentía muy pequeño frente a los elementos de la naturaleza: huracanes, tormentas, volcanes, terremotos, montañas, abismos, astros... Estos fenómenos le producían miedo y temor. Pensaba que eran provocados por unos espíritus que se ocultaban dentro de ellos. Este animismo le hacía creer que todo lo que sucedía era porque los dioses querían; aún no habían descubierto las leyes de la naturaleza y desconocía, por tanto, la explicación de los fenómenos naturales; no había más ley que la voluntad de los dioses a los que había que servir y dar culto para ganar su benevolencia.
Para explicar el origen y formación de ese universo estático y divinizado se acudía a los mitos o relatos que la imaginación proyectaba en tiempos inmemoriales. Estos mitos hoy resultan ingenuos; sin embargo nos descubren los primeros intentos del ser humano por hallar una respuesta a esas preguntas que todos nos hacemos sobre el sentido de la vida, el origen primero y el destino último. Los mitos son expresión simbólica de una realidad que solo puede ser expresada simbólicamente; por eso necesitan ser interpretados; no pueden ser tomados al pie de la letra.
En Egipto se adoraba a Amón-Ra, dios del sol y creador de la vida. Así, por ejemplo, al comenzar el año nuevo realizaban el rito del comienzo de la vida, interpretando el mito de la creación; al alborear el día, salían a adorar al sol que cada mañana ponía en movimiento la vida. De esta manera se asociaban a los dioses y a la creación.
En Babilonia se daba culto a Marduk; en su honor se cantaba el Enuma Elis, célebre poema babilónico de la creación.
Entre las culturas de la Antigüedad destaca Israel. Su imagen del mundo era igual que la de sus pueblos vecinos: una imagen tripartita, estática y geocéntrica. Para ellos también el mundo era según su apariencia, pues aún no se conocían los métodos científicos de observación. Pero tenía algo que lo hacía distinto a los demás pueblos: su fe.
Frente a la mentalidad religiosa de aquellos pueblos, la fe de Israel resulta algo insólito y sorprendente. En medio de un mundo lleno de dioses, Israel proclama su fe en el Dios único: Dios amigo y aliado de los hombres. Frente a la creencia de aquellos pueblos que veneraban a los elementos de la naturaleza como si fueran dioses, Israel tenía forzosamente que hacerse las siguientes preguntas:
1. ¿Són dioses las fuerzas de la naturaleza?
2. ¿Puede el ser humano temer a la naturaleza?
Los relatos bíblicos de la creación.
El primer relato fue escrito durante la cautividad de los judíos en Babilonia (Siglo VI a.C) por un grupo de sacerdotes para ser cantado en el culto. Por eso es conocido como “himno sacerdotal de la creación”. Consta de una introducción (estado caótico), seis estrofas (creación en seis días) y una conclusión (descanso). De esta forma, los judíos fundamentan su ritmo de vida en Dios Creador, pues ellos trabajan seis días y el séptimo descansan. (También en las demás culturas primitivas se dedicaba un día a cada divinidad; todavía los días de la semana llevan nombre de planetas, que primitivamente eran adorados como dioses).
El orden de la creación que sigue este himno refleja una imagen del mundo como la que tenían los pueblos antiguos; arriba estaba el firmamento, abajo estaba el océano marítimo y en el centro estaba la tierra. Por eso, la creación sigue este orden. Después de crear la primera luz que precede al sol, Dios crea la estructura del universo (firmamento-tierra-océano) y pone astros en el firmamento, peces en el mar y vegetales y animales en la tierra; finalmente crea al hombre.
El segundo relato (a partir de Gn 2,4) fue escrito unos cuatrocientos años antes que el himno sacerdotal por un grupo de sabios conocidos con el nombre de yahvistas, pues siempre emplean la palabra Yahvé para nombrar a Dios. Por eso se le conoce con el nombre de “relato yahvista de la creación”.
Este relato contiene enseñanzas profundas que responden a unas preguntas fundamentales que todos nos hacemos: ¿Qué es el hombre? ¿Para qué ha sido creado? ¿Es libre para hacer lo que quiera? ¿Qué relación debe existir entre varón y mujer?
Antes se solía creer que Dios había revelado a los primeros hombres como había creado el mundo, y que estos se lo habían transmitido a sus descendientes hasta ponerse por escrito en la Biblia. Hoy sabemos que los relatos de la creación no pretenden describir cómo se hizo el mundo, sino que son un mensaje acerca de Dios y de su relación con el mundo.
· Frente a las creencias de otros pueblos que relacionaban la creación del mundo y del hombre con luchas sangrientas entre dioses ambiciosos, Israel proclama su fe en un solo Dios, amigo de los hombres.
· Frente a las costumbres de otros pueblos que divinizaban y adoraban a las fuerzas de la naturaleza, a los astros y a algunos animales, Israel proclama que todo es obra de Dios para el servicio del Hombre.
· Frente a los que pensaban que el mundo era malo, la Biblia repite seis veces que es bueno.
· Frente a los que endiosan al hombre, la Biblia reconoce que el hombre es frágil: salido de la tierra. Y frente a quienes lo desprecian, Israel proclama la grandeza del hombre: alentado por el soplo divino.
· Frente a quienes discriminan a la mujer, la Biblia proclama la dignidad de esta y reconoce en la pareja la imagen de Dios.
Concepción moderna del mundo.
Copérnico (1.473-1.543), Kepler (1.571-1.630) y Galileo (1.564-1.642) hacen ver que es la Tierra la que gira alrededor del Sol (Heliocentrismo).
Newton (1.646-1.727), descubre una ley que explica la dinámica de los movimientos de los planetas. De este modo empiezan a conocerse las leyes de la naturaleza y la explicación natural de los fenómenos.
En el siglo XVIII empiezan a extenderse las explicaciones científicas sobre el origen del sistema solar, sustituyendo los relatos mitológicos. En 1.798 Laplace expuso su teoría nebular según la cual el sol y los planetas se originaron a partir de una nube de partículas.
Darwin (1.809-1.882) y los pensadores evolucionistas del siglo XIX proponen una interpretación evolutiva del origen de la vida, situando al ser humano como el ápice de una de las ramas de la evolución animal.
A principios del Siglo XX, Hubble propuso la teoría del big-bang. A partir de entonces se han hecho grandes esfuerzos por establecer el lento proceso que ha seguido la evolución. Para poder comprender mejor el proceso evolutivo que ha seguido nuestro mundo, el astrólogo C. Sagan ha condensado en un solo año toda la historia del universo, que probablemente abarca ya más de 15.000 millones de años. En este tiempo, la historia del hombre supondría que habría existido el 31 de diciembre a las 24:00 horas.
Destino del mundo, según la ciencia.
Desastre ecológico.
Todos los seres vivientes han ido adaptándose a su entorno modificando sus organismos; solo los seres humanos han modificado su entorno adaptándolo a sus organismos. Gracias a su inteligencia el ser humano puede enfrentarse al frío y al calor, cultivar desiertos, cortar distancias, alargar la vida. Pero también puede destruir la naturaleza. Incluso el progreso humano puede constituir una amenaza contra la naturaleza y volverse contra el hombre. De hecho, los ecologistas nos avisan de los grandes peligros que corre el planeta, de tal forma que si la colectividad humana no reacciona pronto y modifica los planes de producción y explotación, la vida se hará imposible sobre el planeta. El hombre ha modificado su medio ambiente pero a costa de introducir grande desequilibrios en él.
Desastre bélico.
La injusta distribución de los bienes de la Tierra, las grandes desigualdades sociales, la represión, la miseria y el hambre, junto con la explosión demográfica precisamente en los países más pobres, son caldo de cultivo de las guerras. El horror y la maldad de la guerra se acrecienta con la proliferación de armas científicas. A pesar de las prohibiciones internacionales y procesos de desarmes, hay países que almacenan armas cada vez más peligrosas, de tal forma que crece la amenaza de una guerra total. Y aunque muchos afirman que esta guerra es imposible, todos saben que, si estalla, será la última y definitiva.
Catástrofe cósmica.
Los científicos no descartan que se produzca cerca de la tierra la explosión de una supernova que cubriría el planeta de radiaciones mortales, o que la misma Tierra chocara con un cometa o gran meteorito, aunque esto podría ser reconocido a tiempo y evitado.
Desgaste o consumo de la energía solar.
Cuando el sol consuma su combustible nuclear se empezará a hinchar y se convertirá fugazmente en una enorme bola de fuego que devorará la Tierra; tras este aumento transitorio de luminosidad, el Sol se apagará y todo quedará reducido a cenizas. Pero esto no ocurrirá hasta dentro de 4.000 millones de años.
Contracción del Universo.
Cuando el universo, nacido del big bang, alcance su máxima expansión, empezará a contraerse: las galaxias con sus constelaciones se irán aproximando hasta fusionarse entre sí. Después desaparecerán o tal vez se produzca una nueva explosión por desintegración de los átomos y surja un nuevo mundo. Según esta teoría se supone que esto podría ocurrir en unos cien mil millones de años después del primitivo big bang.
¿Qué habrá después del final?
VIDA DESPUÉS DE LA VIDA: EL CASO DE PAM.
Vemos que todo camina hacia su fin; todo muere; no solo mueren los seres humanos, los animales y las plantas; también muere el Sol, fuente de energía del sistema planetario, y el cosmos también llegará a su fin.
Así mismo, vemos que hay desastres que pueden precipitar el final de los tiempos: miseria, hambre, guerras, peste, terremotos, desastres ecológicos y catástrofes cósmicas. En todas las épocas ha habido y hay desastres y desgracias que anuncian el final de los tiempos. Cada desastre nos avisa y nos aproxima hacia el final.
Destino del mundo según la religión.
Ya que la ciencia no puede dar respuestas a lo que hay antes del punto cero y a lo que habrá después, tenemos necesariamente que acudir a la Religión para responder a estas preguntas.
El destino del mundo hace referencia al destino de la persona en el mundo. ¿Qué ocurre con el Hombre (varón y hembra)? ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte?
Intentaremos descifrar de una manera inteligible estos conceptos. Lógicamente, las referencias bíblicas acompañarán toda la explicación para hacer coherente todo argumento.
VIDA. No existe en Mt, Lc y Jn un término abstracto para designar la vida física. El gr. Psykhê es un concreto que denota al individuo humano en cuanto vivo y consciente; de ahí que a menudo equivalga en el uso al pronombre reflexivo (Mc 8,35; Jn 10, 11.15.17.24; 12,25.27; 13,37s; 15,13).
La psykhê aparece como objeto de entrega, significando que el hombre se entrega o entrega la propia vida (Mc 10,45; Jn 10,11.15.17; 15,13). Todo discípulo ha de estar dispuesto a arriesgar la propia vida en medio del mundo hostil, así se conserva él mismo para una vida definitiva (= salvación, Mc 8,35; Mt 10,39; Jn 12,25).
Paradójicamente, la entrega de sí mismo hace que el hombre se recobre con una nueva calidad de vida (Jn 10,17; 12,25). La entrega, que es total, no es un acto único y final, se realiza en cada circunstancia (Jn 10,11.15ss: “me entrego”, presente). “Entregarse” o “morir” (Jn 12,24) significan el don total de sí a que lleva continuamente la exigencia del amor (el Espíritu); la experiencia de “recobrar la vida” se verifica también en cada ocasión; al entregarse, el hombre vuelve a encontrarse con su nueva identidad de hijo de Dios: la entrega propia del amor gratuito lo hace semejante al Padre .
La capacidad de entregarse o entregar la propia vida supone ser dueño de ella (10,18), lo mismo en Jesús que en el discípulo ( Libertad II). La entrega es condición para el fruto (Jn 12,24).
En Mt, Mc y Jn, el término gr. Zôê significa no simplemente “vida” sino “vida definitiva” (Mt 19,16s), no sujeta a la muerte, lleve o no el adjetivo (Mt7,14; 18,8s; 19,29; 25,46). En Lc, si no va calificado, significa la existencia terrena (12,15; 16,25; “vida definitiva” en 10,25; 18,18). “Vida definitiva” = Salvación, Reino, etapa final del Reino. EL judío la obtiene practicando el amor al prójimo (Mt 19,16-19); lo mismo el pagano (25,34-36; Lc 10,15-28).
a) El Espíritu, la fuerza de amor del Padre, comunica vida definitiva (Jn 6,63; 4,14; 7,37-39); es el nuevo principio vital que el Padre infunde por medio de Jesús (5,21; 19,30; 20,22; 19,34). ( Espíritu sinónimo de Amor). Recibir la vida definitiva equivale a un nuevo nacimiento (3,3.5.6), a “nacer de Dios” (1,13) .
b) La condición para recibir la vida y poseerla es la adhesión a Jesús en su calidad de Hombre levantado en alto, es decir, de hombre que da su vida para salvar a los hombres de la muerte (3,14s), y de Hijo único de Dios, el don que prueba el amor de Dios a la humanidad (3,16). En otras palabras, la condición es reconocer el amor de Dios expresado en la muerte de Jesús y, viendo en él el modelo de Hombre, tomar ese amor por norma de la propia vida (13,34).
c) Para el hombre, la única luz o verdad es la vida misma (Jn ,1,4), el esplendor de la vida. Se deduce que Jesús no viene a revelar una verdad independiente de la vida; revela la verdad comunicando vida, cuya experiencia y evidencia constituyen la verdad.
d) La vida definitiva es aquella que, por su calidad, supera la muerte física (8,51). Al hacer suyo el mensaje de Jesús, el hombre pasa de la muerte a la vida (5,24) ( Muerte). Este paso explica que quien ha recibido la vida por la adhesión a Jesús no esté sujeto a juicio (3,18; 5,24) ( Juicio). La permanencia de la vida a través de la muerte es lo que se llama “resurrección” (11,25s).
MUERTE. “Muerte” gr.(Thánatos) denota en primer lugar la muerte física como hecho objetivo comprobable (Mt 10,21; 15,4 etc; Jn 11,3; 12,33; 18,32; 21,19); también la muerte como experiencia subjetiva (Jn 8,51s; 11,4). Pero, además, significa una condición de muerte (Mt 4,16, Is 9,1; Lc1,79; 1 Jn 3,14), que, según Jn, procede de la opción por el pecado (5,24); ésta priva al hombre de la experiencia de plenitud y lo condena a la muerte definitiva (5,21.24.25).
“Morir” (gr apothnéskô) denota de suyo la muerte física (Mc 12,20-22; Jn 8,52s; 11,14.16,21, etc), connotando a veces la muerte defnitiva (Jn 6,49.58; 8,21.23) o refiriéndose a la muerte experiencia (Jn 11,26).
En Jn “perecer” (gr. Apóllymai) denota la muerte definitiva, opuesta a la resurrección. EL que vive en estado de muerte, al morir físicamente, perece; por el contrario, el que tiene la vida (gr. Zôê), al morir sigue viviendo (gr zâô), se levanta de la muerte (gr. Egeíromai), resucita (gr. Anístamai/anástasis).
El estado de muerte (Ez 37,1-14) está tipificado en Jn en el inválido de la piscina (5,1s), donde se escenifica cómo Jesús quita “el pecado del mundo) (3,29), la opción por un sistema que priva de vida y frustra el designio creador. Jesús lo quita ofreciendo al hombre la intregridad y la libertad, el Espíritu (5,21; 6,63).
La muerte física pone en evidencia la debilidad (gr. Asthéneia) radical de “la carne”, su transitoriedad. En sí misma es un acontecimiento normal para el hombre, pero la calidad de la muerte difiere según éste posea o no la vida definitiva (el Espíritu). Para quien la posee, la muerte no es una experiencia de destrucción (8,51; 11,26); superada por la potencia de la vida, se convierte en resurrección. Por el contrario, para el que participa del pecado del mundo, la muerte física señala el fin de la existencia (3,16: “Y no perezca”; 6,69: opos. Entre “perecer” y “resucitar”).
Jesús acepta la muerte libremente; entrega su vida, pero así la recobra (10,17s). “Entregar la vida” es un símbolo del continuo don de sí por amor; su última y suprema expresión será la aceptación de la muerte para mostrar que el amor no se detiene ni siquiera ante el odio mortal de los enemigos (19, 28-30). El amor del discípulo ha de mostrarse, como el de Jesús, en el don total (13,34s). El deseo de esquivar la muerte produce esterilidad y lleva a perderse (12,24s).
Pablo, como Juan, conecta pecado y muerte, que no significa la muerte física, sino la definitiva (Rom 5,12.14.17.21; 6,23; 7,13); liberación de la muerte (8,2); será vencida como último enemigo ( 1 Cor 15,26.54-56); liberación de la muerte, fruto de la muerte de Jesús (Heb 2,14; 5,7).
En el Apocalipsis se distingue entre la muerte física y la “muerte segunda” (2,11; 20,6.14; 21,8), que significa la aniquilación (20,14; 21,4).
RESURRECCIÓN. El sustantivo gr. Anástasis y el verbo anístêmi denotan el hecho de ponerse en pie y, contextualmente, el “ponerse de nuevo de pie”. Este significado se especifica según los contextos: “ponerse en pie/comparecer” en un juicio (Mt 12,41; Jn 5,29), o “resucitar/resurrección”, ponerse de nuevo en pie el que yacía muerto (Mc 8,31; 9,31; 10,34; Jn 11,23s; 20,9; 1 Tes 4,14.16), también en sentido metafórico (Ef 5,14). Como transitivo significa “levantar/resucitar” a alguien (Jn 6,39s.44.54).
En los sinópticos (Mt, Mc y Lc) el pasaje más explícito sobre la resurrección se encuentra en la controversia de los Saduceos con Jesús en el templo (Mc 12,10-25). Contra el materialismo saduceo, que no admitía una vida más allá de la muerte, y la concepción farisea, que relegaba la resurrección a un futuro lejano y concebía la nueva vida como una mera continuación de la presente, Jesús afirma la potencia de Dios, dador de vida (12,24; 13,26s; 14,62): habla de la resurrección en presente (12,25: “cuando resucitan de la muerte”) y, de hecho, Abrahán, Isaac y Jacob, vivos para Dios, prueban la existencia de la vida después de la muerte física (12,26s). La condición de los resucitados no es como la de la vida mortal, “son como ángeles” (12,25), en el significado de “hijos de Dios”, cuya vida no se transmite por generación natural.
En Juan hay que distinguir el uso de los dos verbos citados. “Levantar/-se” está en relación con la “debilidad/enfermedad” (gr. Asthéneia). A las dos clases de “debilidad”, la que lleva a la muerte (5,5) y la que no es para muerte (11,14), corresponden dos tipos de “levantar/-se”.
a) El primero se encuentra en el episodio del inválido de la piscina y equivale a “dar salud/ la integridad” al hombre que carece de ella (5,8.9ª.11); esto se formula como “levantar a los muertos dándoles vida” (5,21). El inválido es tipo de la muchedumbre de enfermos (5,3), que son “los muertos”, hombres privados de vida en los que está frustrado el designio divino (6,40), los que, debido a una situación de “pecado” (5,14), están destinados a morir para siempre (3,16; 6,39; 17,12: perderse, la perdición). “Levantar a los muertos” significa, por tanto, sacar al hombre de la situación de pecado dándole vida definitiva (3,6; 6,63), hacer pasar de la muerte a la vida (5,24).
b) El segundo tipo, “levantar/-se de la muerte/de entre los muertos”, se aplica en primer término al “cuerpo” (sôma) de Jesús (2,19-21) o a Jesús mismo (2,22; 21,14); en segundo lugar, a Lázaro (12,1.9.17). En el caso de Jesús está en relación con su muerte física (destrucción del santuario/su cuerpo); en el de Lázaro, paralelamente sigue a una “debilidad” que no es para muerte (11,4). “Levantar” significa, pues, hacer superar la última debilidad propia de la “carne”, la muerte física.
c) Según Juan, por tanto, el hombre tiene una doble posibilidad:
1. Nace como “carne” débil, que por sí misma acaba en la muerte física. Ante él se presentan dos opciones: secundar la aspiración a la vida inherente a su ser de hombre (1,4) o reprimirla, haciendo suya la ideología que la extingue (1,5: la tiniebla; 5,3: ciegos; 5,14: “no peques más”). La opción positiva lleva a recibir el Espíritu y, con él, la vida definitiva. La opción negativa (el pecado) priva al hombre de vida y lo condena a muerte definitiva.
2. Por la opción positiva el hombre es “carne” + “espíritu” (sarx + pneuma). Pasada la muerte, última muestra de la debilidad de la “carne”, el “yo” (psykhê = hombre en cuanto individualidad consciente y libre) y el “cuerpo” (sôma = hombre en cuanto individualidad designable y activa) entran en su estadio definitivo. Según esta concepción, el hombre es un proyecto de inmortalidad (3,16; 6,40), que no se realiza sin su opción y colaboración. Al proyecto realizado corresponde la vida definitiva (zôê aiônios); al no realizado, la muerte definitiva (apóleia).
Los términos “resucitar/resurrección” no tienen relación con la “debilidad”, sino con la vida definitiva: “resucitar” es lo contrario de “perderse” (6,39), que significa morir para siempre. La resurrección consiste, pues, en superar la muerte física, es la continuidad de una vida que no puede perecer.
La muerte definitiva se evita lo mismo teniendo vida definitiva (3,16) que siendo resucitado el último día (6,39); de alguna manera, por tanto, se identifican vida definitiva y resurrección; cada fórmula presenta pues un aspecto de la misma realidad. Otra fórmula para el mismo hecho es “vivir para siempre” (6,58). Por otra parte, la vida definitiva es fruto de la fe en Jesús (3,16) ya durante la vida terrena; se confirma, pues, que la resurrección no es más que un aspecto de esa vida.
La resurrección se consideraba propia del “último día” y restauraba la vida del hombre interrumpida o disminuida por la muerte. Para Jesús no es así, pues la vida definitiva excluye de la muerte, y la posee ya quien ha recibido el Espíritu. La resurrección, por tanto, señala solamente, por oposición a “la perdición” que el encuentro de esa vida con la muerte física se resuelve en la victoria de la vida (8,51).
El episodio de Lázaro escenifica los dichos de Jesús: la comunidad de discípulos de mentalidad tradicional judía no ha percibido el alcance del amor de Dios, quien, por medio de Jesús, da al hombre vida definitiva. Han colocado a Lázaro en el sepulcro de los muertos, separándolo con la losa del mundo de los vivos (11,38.41). Jesús los lleva a la plena fe (11,40). Quitan la losa, desatan al muerto y lo dejan marcharse a la casa del Padre (11,44). Han comprendido la continuidad de la vida a través de la muerte. En la cena de Betania (12,1-3), Lázaro es figura representativa de la comunidad en cuanto ésta posee vida definitiva que supera de la muerte (la comunidad de “los resucitados de la muerte”) y es objeto de persecución por parte de los sumos sacerdotes (12,9s).
La resurrección de Jesús se formula dos veces como “levantarse de la muerte/de entre los muertos” (2,22;21,14; 2,20) y una vez como “resucitar de la muerte” (20,9). La primera formulación significa que Jesús ha dejado atrás la última debilidad de “la carne”, la muerte física, para entrar en el estadio definitivo de su humanidad individual. La segunda significa la permanencia de la vida después de la muerte e indica que Jesús es el primero en cruzar esa frontera; así lo simboliza “el sepulcro nuevo, donde nadie había sido puesto todavía” (19,41).
Jesús resucitado se hace presente en medio del grupo de discípulos (20,19). Habla a los suyos y les muestra sus manos y su costado (20,20). Son signos de identificación: es el mismo Jesús que ha muerto en la cruz; se subraya con ellos, por una parte, la continuidad de la vida individual; por otra, que su nueva realidad no deja de ser condición humana. “Las manos” significan su potencia (3,34; 13,3); “el costado”, su amor.
El descubrimiento del sepulcro vacío pone en movimiento a los discípulos (Mt 28,1-10). El anuncio se hace por medio de un ángel (Mt 28,5s), de un joven, figura de Jesús mismo (Mc 16,6), de dos hombres, figuras de Moisés y Elías (Lc 24,5s).
Apariciones: a las mujeres (Mt 28,9s ), a dos discípulos (Lc 24,23-35); a los discípulos en Jerusalén (Lc 24,36-43); (Jn 20,19-29), en Galilea a siete discípulos junto al lago (Jn 21,1-14), a los Once en un monte (Mt 28,16-20; 1 Cor 15,3-8). Misión (Mt 28,19s; Mc 16,7; Lc 24,46-48; Jn 20,21-23; Hch 1,8). Ascensión (Lc 24,50s; Hch 1,9).
La Resurrección de Jesús es causa de nuestra rehabilitación (Rom 4,25) y salvación (5,10), de nueva vida (6,4), de esperanza en la propia resurrección (8,11), fundamento de la fe (1 Cor 15,16s).
Pablo trata largamente de la resurrección en 1 Cor 15,1-58. Expone testimonios sobre la resurrección de Jesús (15,1-11). Afirma que ésta es la garantía de los cristianos (15,12-34). Con diversas comparaciones e imágenes describe la condición de los resucitados y prueba por la Escritura la victoria sobre la muerte (15,35-58).
CONCLUYENDO:
La resurrección es la victoria de Dios y el triunfo de Cristo. La lucha
que pareció acabar con la muerte no había terminado. Faltaba aún el
resultado final; el árbitro no era el hombre, sino Dios, y él mostró que
el llamado vencido salía vencedor, el condenado resultaba inocente, el
ejecutado recobraba la vida; vida inmortal, gloriosa, eterna.
Empieza
la nueva creación, el cielo nuevo y la tierra nueva, se ha puesto el
primer sillar del universo renovado. La resurrección es la sonrisa de
Dios y del universo entero: es el primer producto no sólo muy bueno como
en la primera creación, sino perfecto, acabado, definitivo, exento de
corrupción y decadencia.
Dios ha mostrado de nuevo la fuerza de
su brazo. El Antiguo Testamento celebraba la redención efectuada por
Dios sacando a su pueblo de Egipto, del país de la esclavitud, a la
tierra donde manaba leche y miel; del trabajo forzado, a la prosperidad
de Canaán; de la servidumbre, a la libertad. Pero aquel éxodo era sólo
figura del gran éxodo que se cumple en Cristo. El verdadero Egipto era
el reino de la muerte, reino sin fronteras y sin salida, que oprimía al
género humano bajo la angustia de lo irremediable. Jesús entra en la
muerte para vencerla, y Dios lo rescata de su dominio: "Llamé a mi Hijo
para que saliera de Egipto". Esta es la victoria definitiva sobre el
mal. La muerte, abismo de desesperanza, alejamiento de Dios, ruina de la
existencia, privación de la vida, fracaso supremo del hombre, se
convierte gracias a Cristo en esperanza de vida y de felicidad, en
puerta del reino de Dios. La destrucción es semilla de resurrección; la
debilidad, de fuerza; la miseria, de gloria.
Cristo concentra en
sí la vida y el Espíritu para derramarlos sobre todo viviente. El que
recapitula el universo entero es fuente de vida para toda criatura.
En esto precisamente consiste su reino; no es reino de dominio, sino de transformación, no de poderío, sino de salud, no es un reino que oprime, sino que hace renacer; sus súbditos no se encorvan bajo el peso de una ley, se yerguen animados por una vitalidad nueva. Su triunfo está en vivificar, no en doblegar.
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