TEMA 1. LA MORAL CRISTIANA.

OBJETIVOS.
En esta unidad nos proponemos descubrir:
1. La dimensión moral de la vida humana.
2. La dimensión religiosa de la moral.
3. Los valores fundamentales de la moral cristiana.
4. La personalidad de Jesucristo, el hombre ideal y modelo de identificación para el cristiano.
DIMENSIÓN MORAL DE LA VIDA HUMANA.
Necesidad del sentido moral.
En la literatura griega se encuentra un interesante mito acerca de la cultura (Platón, Protágoras, 320-323). Cuenta que, una vez que los dioses hubieron hecho de tierra y fuego todos los animales, encargaron a Prometeo y Epimeteo que repartieran entre ellos las diversas capacidades y habilidades. Epimeteo convenció a Prometeo para que le dejara hacer la distribución a él solo. “Luego, tú la inspeccionas”, le dijo.
Y dotó muy bien a cada uno de los animales para que pudieran sobrevivir: dientes, garras, fuerza, alas o velocidad en las patas... y a cada uno dio una forma de alimentación. Pero cuando llegó el hombre, ya no le quedaba nada que otorgarle. Entonces llegó Prometeo para hacer la inspección, y encontró que todo estaba muy bien, pero que el hombre estaba desnudo, sin calzar ni cubrir, y que carecía de armas para defenderse.
Ante tan gran apuro, Prometeo subió al Olimpo y robó la habilidad técnica de Hefesto y Atenea, junto con el fuego. Así es como el hombre consiguió la habilidad para la vida, y como pudo inventar casas, vestidos, calzados y también la agricultura. Al principio los hombres vivieron dispersos; luego crearon ciudades. Pero como carecían de virtudes cívicas, se peleaban entre ellos y volvían a dispersarse, siendo destruidos por las fieras.
Temiendo que los hombres llegasen a desaparecer, Zeus envió a Hermes para que les llevara el sentido moral y de justicia. Hermes preguntó cómo debía hacer el reparto: “¿He de repartir estos dones del mismo modo que están repartidas las competencias? Porque, hasta ahora, basta que uno solo sea médico para que todos se beneficien de su saber...”.
“No - “Replicó Zeus-, repártelos entre todos por igual. Porque no subsistirá el hombre si solo unos pocos poseen el sentido moral y la justicia”.
El mito es muy significativo: el ser humano, comparado con los animales, es un ser desvalido, pero suple sus insuficiencias a base de ingenio, trabajo y técnica. Gracias a ello, el hombre se aleja del reino animal y queda más cerca de los dioses (ese es el significado del “robo” de Prometeo). Sin embargo, los seres humanos no son dioses, la maldad y la violencia se asientan en sus asustados corazones. Por ello, necesitan del sentido moral y de una organización justa. Sin moral, la técnica carece de “alma” y puede convertirse en un arma destructiva.
El valor moral, fundamento de la realización humana.
Una meta común a los diferentes credos e ideologías es la realización del ser humano como persona. Todo lo que sirva para completar las diferentes dimensiones de la persona lo consideramos valioso. Así, encontramos valores materiales y espirituales: valores biológicos, psicológicos, culturales, artísticos, sociales, morales, religiosos... que nos realizan en estos ámbitos concretos.
El valor moral es una cualidad inherente a ciertos comportamientos que se manifiestan como auténticamente humanos y responden al sentido más profundo dado a la existencia. El valor moral aparece así como una fuerza iluminadora: descubre nuestro destino, señala el camino e impulsa a recorrerlo.

El valor moral se experimenta como una fuerza interior que nos impulsa a realizarnos como personas, a humanizar cada vez más nuestra existencia, pero no coarta nuestra libertad. Nos deja libres para seguir otros caminos o quedarnos indiferentes.
De esta forma, la moral nunca será una fuerza alienante, esclavizante o represora: al contrario, la moral será en el ejercicio de nuestra libertad y de nuestra autonomía: la obligación moral se hace cómplice de nuestro deseo, lo que nosotros debemos hacer es fundamentalmente lo que queremos hacer.
No obstante, a veces el deber moral resulta una carga pesada y molesta; ello es debido a nuestra frágil condición humana: “Nos sentimos atraídos muchas veces por otros bienes más inmediatos y agradables que obstaculizan la realización personal; y la renuncia a ellos que se considera como necesaria, no deja de ser dolorosa, pues incluye la negativa a una realidad placentera que, si satisface a otros niveles inferiores de la personalidad, no responde a nuestro verdadero objetivo”.
Desarrollo de la moralidad.
El desarrollo de la conciencia moral – paralelo a la inteligencia – está sometido al proceso evolutivo de la persona, pero también depende de otros factores – psíquicos, sociales, ambientales, educativos, etc.- . Así, puede haber adultos que estén en un estadio de moralidad infantil, y jóvenes que ya estén en un estadio adulto de moralidad.
Ley moral natural.
Meta de la moral.
La moral es parte de la respuesta de la fe, y su meta es la creación de
una comunidad humana entrelazada por las diversas manifestaciones y
grados del amor fraterno que llamamos solidaridad, ayuda, igualdad y
hermandad. No puede contentarse, por tanto, con excluir el daño grave,
con evitar el pecado; la moral cristiana consiste en la búsqueda de los
remedios más eficaces para curar las rupturas humanas, y abarca todo
esmero por su misión reconciliadora. Su terreno es la cooperación
voluntariosa con toda obra de Dios; está iluminada por la esperanza,
pero no roída por el escrúpulo; trata de casos concretos sin dejarse
aprisionar por una casuística.
Los códigos morales representan el
sedimento de una experiencia social; no son leyes caídas del cielo,
abstractas e independientes de la historia, sino todo lo contrario:
resultado de una historia, acervo de datos, destilación de éxitos y
fracasos, que se registran para orientar la conducta. Esto vale incluso
para los mandamientos contenidos en la segunda tabla del decálogo:
todos, o la menos la mayor parte, estaban ya en vigor en la cultura
mesopotámica anterior al Sinaí. Aparte lo prohibido por ser dañoso en
todo tiempo o en alguna circunstancia particular, los códigos no
constituyen verdaderas obligaciones, pero suministran un elemento
importante para la decisión responsable. Para el cristiano son
panorámicas de la vida desde el observatorio de la fe, que señalan
caminos prometedores e identifican sendas peligrosas. La comunidad que
los diseña debe mantenerlos al día, rectificando itinerarios o trazando
otros según las nuevas problemáticas.
DECISIÓN INDIVIDUAL.
No sólo la decisión comunitaria, también la individual necesita tener
presentes los resultados de otras experiencias y las luces de otras
sabidurías. Cada uno, al encararse con una situación difícil o ambigua,
no puede juzgarla más que desde su punto de vista personal, fatalmente
restringido. Se acerca a ella por un flanco, sin poder abarcarla en toda
su amplitud, y la ve en un momento determinado de su existencia. Pero
ocurre que las realidades son a menudo de tamaño mayor que el natural;
para juzgarlas adecuadamente harían falta los ojos de Dios mismo.
Ante
la dificultad que encuentra el individuo para formarse un juicio,
algunos sostienen que el Espíritu Santo dará al creyente en cada ocasión
la iluminación necesaria y suficiente para decidir sin errar; otros,
siguiendo la tendencia contraria, buscan casuísticas detalladas y
autoritarias que no dejen escapatoria ni elección. El realismo cristiano
tiene menos pretensiones y más independencia; sabe que el individuo no
se basta a sí mismo, pero reivindica la decisión personal. Para ello
tiene a disposición el juicio sereno de antecesores y contemporáneos,
así como un registro de errores cometidos en el pasado y en el presente.
De ese modo no está solo. Su deliberación puede aprovechar muchos datos
que no podría conocer por sí mismo, y la decisión, que será personal,
no dictada, tendrá en cuanto es posible la garantía del Espíritu que
obra en él y en la historia.
La experiencia ajena subsana, pues,
en gran parte, la limitación del individuo. Pero el hombre no es
solamente limitado, tiene además instintos bajos que, tenidos a raya por
el Espíritu, no dejan de asomar la oreja de vez en cuando: el primero y
central es el egoísmo. Cuántas veces, en la madeja de piadosas
motivaciones se esconde una sutil busca del propio interés o una
racionalización de ambiciones ocultas. Creyendo firmemente en la
realidad de la redención y en el don del Espíritu, el cristiano no es,
sin embargo, un iluso: sabe que su ser tiene aún muchas raíces
emponzoñadas que producen frutos amargos, tanto más peligrosas cuanto
más capilares sean y más disimuladas estén tras devotas actitudes. El
pecado está vencido, pero no muerto, y sus guerrillas pueden poner en
muchos bretes. Todo hombre sensato sabe poner en cuarentena el propio
parecer y tomar consejo en asuntos graves.
De lo expuesto se
recaba el papel de los códigos: no son dictados inapelables, sin
archivos de experiencia que iluminan y auxilian la decisión,
permitiéndole sortear celadas ya encontradas por otros y proporcionando
el resultado de una reflexión ponderada.
LEY CIENTÍFICA Y LEY MORAL.
Francis Collins: De Ateo a Creyente.
Pasa en lo moral algo semejante a lo sucedido en el terreno de la
ciencia. Tras innumerables crisis sufridas al tropezar con nuevos datos,
las leyes científicas no se conciben ya como principios inmutables,
sino como hipótesis de trabajo, siempre sujetas a verificación y
rectificación. En presencia de un fenómeno antes reputado "imposible",
la ley se ve forzada a cambiar de enunciado. Es una ley humilde en su
búsqueda, no un oráculo pretencioso. También en lo moral hay que
reformular el antiguo concepto de ley; si para el cristiano no es
aceptable el código legal que provea soluciones desencarnadas, la
comunidad y el individuo necesitan, sin embargo, registrar la
experiencia pasada y presente respecto a ciertas materias de decisión,
para que aconsejen en las opciones que vayan surgiendo. La ley es guía,
dispuesta siempre a ser rectificada o mejorada según la nueva
experiencia de fe en un mundo cambiante. No es un coco para niños, sino
un recurso para adultos. Es miembro participante en la deliberación, y
representa la continuidad en el proceder del grupo; pero se retira
cuando se aducen datos que rebasan su horizonte; se llega entonces a una
excepción o, si es el caso, a una reformulación de la ley. El código es
consejero; y el consejo denota saber y experiencia compartida en la
amistad, no orden indiscutida de un superior. La ley no está autorizada a
imponer su peso anticipadamente, sino a dialogar para llegar a un
resultado.
MORAL Y SOCIEDAD.
Al hablar en el capítulo primero de la misión de la Iglesia, vimos que
podía llamársela "conciencia de la sociedad". Esto se aplica ante todo
al terreno moral de las relaciones humanas. En otro tiempo los
principios morales eran patrimonio de la religión; pero a lo largo de
los siglos, la sociedad ha ido asimilándoselos hasta considerarlos suyos
y elaborarlos por sí misma. Existe una moral secularizada, aspecto de
la mayoría de edad alcanzada por el hombre. La sociedad no depende ya de
la Iglesia o de la religión para dictaminar sobre lo que considera
bueno o reprobable; se ha creado o se va creando su propio acervo de
normas que definen su criterio de moralidad, apoyándose a menudo en las
ciencias que cultiva. Al ir conociendo mejor su propia naturaleza, el
hombre va entendiendo sus líneas de desarrollo y las actitudes morales
que comportan. Lo que antes se creía por imperativos de fe, se va
descubriendo ahora por madurez de la razón, particularmente en los
terrenos de la psicología y sociología.
Hay aquí otra línea del
plan de Dios con la que la Iglesia y el cristiano tienen que contar; no
pueden prescindir de los hallazgos de las ciencias del hombre, pues en
ellas trabaja también el Espíritu. Es indispensable el diálogo con la
sociedad acerca de lo que es bueno o malo para el hombre y no debe
rehusar que las antiguas exigencias morales se sometan a la inspección
de la investigación seria. Es otro aspecto del realismo cristiano y de
la fe como capacidad de distinguir la acción de Dios en la historia. El
problema común está en cómo hacer de este mundo una sociedad de
hermanos, y la Iglesia ha de aceptar que sus propuestas sean sujetas a
los modos de verificación de que la sociedad dispone; sólo si salen
corroboradas por los resultados del análisis, podrán considerarse
colaboración válida a la construcción del mundo.
No significa
esto que la moral cristiana dependa de la última moda científica o de
cada conclusión precipitada. Pero sí que cada toma de conciencia humana y
cada progreso acreditado obligan a los cristianos a pensar seriamente.
No basta afirmar que existe una moral revelada; esto es verdad, pero su
único precepto, el del amor fraterno, puede aplicarse de modos
diferentes según las épocas y circunstancias; diríamos que puede también
entenderse mejor, descubrir zonas nuevas a las que afecta y hacer
hincapié en aspectos inéditos más urgentes. Baste citar el cambio en la
conciencia de clase o casta social, que en otros tiempos suponía un
poligenismo larvado, como si nobles y plebeyos no hubiesen pertenecido a
la misma raza humana; hoy vige la idea de igualdad, que poco a poco va
abriéndose camino a pesar de las resistencias. Otro ejemplo es la
conciencia creciente de la ilegitimidad de la guerra y de la opresión,
que antes no causaba conflictos morales a los cristianos y ahora empieza
a producirlos en la humanidad entera. No hace mucho tiempo, la miseria
se justificaba con miras providencialistas que ahora parecen
inaceptables. Y a nadie se le ocurriría impugnar hoy el principio de que
todos los ciudadanos son iguales ante la ley, que, sin embargo, a fines
del siglo pasado era sospechoso de heterodoxia.
La Iglesia ha
aprendido moral en su contacto con el mundo, y tiene que seguir
aprendiendo. Por eso es necesaria la reflexión serena y la conciencia
del condicionamiento histórico y cultural de muchos artículos de su
código. Los nuevos fenómenos sociales demandan consideración, y el
sedimento adquirido de las ciencias humanas exige respeto y aceptación.
La Iglesia vive para el mundo y tiene que proponerle lo que contribuye
de verdad al bien y a la salud del hombre. Si el mundo quiere examinar
esas propuestas, la Iglesia no puede poner objeciones, pues siempre ha
mantenido que la ley eterna se manifiesta en la ley natural. Lo que no
sea confirmado por el estudio responsable de la naturaleza humana no
podrá considerarse como doctrina perenne, sino a lo más como expresión
cultural transitoria.
AMOR CRISTIANO.
Una observación para terminar. El amor cristiano, imperativo evangélico,
es una benevolencia, sentida o querida en grados diversos, es decir,
una disposición favorable hacia los demás. Su traducción práctica es
indispensable, y ha de buscar canales de beneficencia, de acción por el
bien ajeno. Se crean así modelos de conducta capaces de promover la
hermandad humana. El amor fraterno tiene, por tanto, un aspecto
"calculador", organizador, necesario para la acción eficaz del grupo
cristiano; y para establecer su estrategia, aunque sea provisional, se
requiere pensamiento, experiencia y deliberación.
Además, el amor
cristiano puede llegar más allá de toda previsión, hasta el don total
de sí, sin contar esfuerzos, como sucedió en Cristo. No se agota en la
organización, tiene un ápice carismático, el pleno desinterés y olvido
de sí mismo, que ha brillado en no pocos cristianos del pasado y del
presente. Si los comités son necesarios, hay individuos que sienten un
llamamiento personal para actuar a la intemperie, como ocurría a san
Pablo, "dando prueba de ser servidores de Dios con lo mucho que pasan:
luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches
sin dormir y días sin comer" (2 Cor 6,4-5). Estos hombres son los que
impiden con su ejemplo que la caridad cristiana se convierta en una
administración, recordándole el Espíritu de que procede.
SHAKIRA: OCTAVO DÍA.
Algunos artistas se preguntan por la realidad del mundo que les rodea en las letras de algunas de sus canciones. Shakira es una de ellas con su canción "Octavo día".
En este tema la cantante intenta imaginar qué opinaría Dios si viera este mundo tal cual está ahora, después de crearlo. La cantante insinúa que quedaría aterrado. Es una llamada a tomar conciencia de que la Tierra no nos pertenece, que no podemos destruirla a nuestro antojo, tenemos que pensar en las generaciones que vivirán después de nosotros. Tras leer la letra que tienes más abajo, ¿estás de acuerdo con lo que dice? ¿Qué solución le darías tú a las preguntas que se hace?.
OCTAVO DÍA
El octavo día Dios,
después de tanto trabajar,
para liberar tensiones,
luego ya de revisar,
dijo: "todo está muy bien,
es hora de descansar",
y se fue a dar un paseo
por el espacio sideral.
¿Quién se iba a imaginar
que el mismo Dios al regresar
iba a encontrarlo todo
en un desorden infernal?
y que se iba a convertir
en un desempleado más
de la tasa que actualmente
está creciendo sin parar.
Desde ese entonces
hay quienes lo han visto
solo en las calles transitar,
anda esperando paciente
por alguien con quien al menos
tranquilo pueda conversar.
Mientras tanto, este mundo
gira y gira sin poderlo detener
y aquí abajo unos cuantos
nos manejan como fichas de ajedrez.
No soy la clase de idiota
que se deja convencer,
pero digo la verdad,
y hasta un ciego lo puede ver.
Si a falta de ocupación
o de excesiva soledad
Dios no resistiera más
y se marchara a otro lugar,
sería nuestra perdición,
no habría otro remedio más
que adorar a Michael Jackson,
a Bill Clinton o a Tarzán.
Es mas difícil ser rey sin corona
que una persona más normal,
pobre de Dios que no sale en revistas,
no es modelo ni artista de familia real.
Mientras tanto...mientras tanto...
SHAKIRA, ¿Dónde están los ladrones? (1998)
No hay comentarios:
Publicar un comentario