martes, 7 de septiembre de 2010

TEMA 1. SEGUNDO DE BACHILLERATO.

TEMA 1. LA MORAL CRISTIANA.







OBJETIVOS.




En esta unidad nos proponemos descubrir:




1. La dimensión moral de la vida humana.




2. La dimensión religiosa de la moral.




3. Los valores fundamentales de la moral cristiana.




4. La personalidad de Jesucristo, el hombre ideal y modelo de identificación para el cristiano.




DIMENSIÓN MORAL DE LA VIDA HUMANA.



Necesidad del sentido moral.





En la literatura griega se encuentra un interesante mito acerca de la cultura (Platón, Protágoras, 320-323). Cuenta que, una vez que los dioses hubieron hecho de tierra y fuego todos los animales, encargaron a Prometeo y Epimeteo que repartieran entre ellos las diversas capacidades y habilidades. Epimeteo convenció a Prometeo para que le dejara hacer la distribución a él solo. “Luego, tú la inspeccionas”, le dijo.



Y dotó muy bien a cada uno de los animales para que pudieran sobrevivir: dientes, garras, fuerza, alas o velocidad en las patas... y a cada uno dio una forma de alimentación. Pero cuando llegó el hombre, ya no le quedaba nada que otorgarle. Entonces llegó Prometeo para hacer la inspección, y encontró que todo estaba muy bien, pero que el hombre estaba desnudo, sin calzar ni cubrir, y que carecía de armas para defenderse.




Ante tan gran apuro, Prometeo subió al Olimpo y robó la habilidad técnica de Hefesto y Atenea, junto con el fuego. Así es como el hombre consiguió la habilidad para la vida, y como pudo inventar casas, vestidos, calzados y también la agricultura. Al principio los hombres vivieron dispersos; luego crearon ciudades. Pero como carecían de virtudes cívicas, se peleaban entre ellos y volvían a dispersarse, siendo destruidos por las fieras.






Temiendo que los hombres llegasen a desaparecer, Zeus envió a Hermes para que les llevara el sentido moral y de justicia. Hermes preguntó cómo debía hacer el reparto: “¿He de repartir estos dones del mismo modo que están repartidas las competencias? Porque, hasta ahora, basta que uno solo sea médico para que todos se beneficien de su saber...”.



“No - “Replicó Zeus-, repártelos entre todos por igual. Porque no subsistirá el hombre si solo unos pocos poseen el sentido moral y la justicia”.




El mito es muy significativo: el ser humano, comparado con los animales, es un ser desvalido, pero suple sus insuficiencias a base de ingenio, trabajo y técnica. Gracias a ello, el hombre se aleja del reino animal y queda más cerca de los dioses (ese es el significado del “robo” de Prometeo). Sin embargo, los seres humanos no son dioses, la maldad y la violencia se asientan en sus asustados corazones. Por ello, necesitan del sentido moral y de una organización justa. Sin moral, la técnica carece de “alma” y puede convertirse en un arma destructiva.




El valor moral, fundamento de la realización humana.



Una meta común a los diferentes credos e ideologías es la realización del ser humano como persona. Todo lo que sirva para completar las diferentes dimensiones de la persona lo consideramos valioso. Así, encontramos valores materiales y espirituales: valores biológicos, psicológicos, culturales, artísticos, sociales, morales, religiosos... que nos realizan en estos ámbitos concretos.



El valor moral es una cualidad inherente a ciertos comportamientos que se manifiestan como auténticamente humanos y responden al sentido más profundo dado a la existencia. El valor moral aparece así como una fuerza iluminadora: descubre nuestro destino, señala el camino e impulsa a recorrerlo.




 



El valor moral se experimenta como una fuerza interior que nos impulsa a realizarnos como personas, a humanizar cada vez más nuestra existencia, pero no coarta nuestra libertad. Nos deja libres para seguir otros caminos o quedarnos indiferentes.




De esta forma, la moral nunca será una fuerza alienante, esclavizante o represora: al contrario, la moral será en el ejercicio de nuestra libertad y de nuestra autonomía: la obligación moral se hace cómplice de nuestro deseo, lo que nosotros debemos hacer es fundamentalmente lo que queremos hacer.




No obstante, a veces el deber moral resulta una carga pesada y molesta; ello es debido a nuestra frágil condición humana: “Nos sentimos atraídos muchas veces por otros bienes más inmediatos y agradables que obstaculizan la realización personal; y la renuncia a ellos que se considera como necesaria, no deja de ser dolorosa, pues incluye la negativa a una realidad placentera que, si satisface a otros niveles inferiores de la personalidad, no responde a nuestro verdadero objetivo”.




Desarrollo de la moralidad.







El desarrollo de la conciencia moral – paralelo a la inteligencia – está sometido al proceso evolutivo de la persona, pero también depende de otros factores – psíquicos, sociales, ambientales, educativos, etc.- . Así, puede haber adultos que estén en un estadio de moralidad infantil, y jóvenes que ya estén en un estadio adulto de moralidad.



Ley moral natural.

Meta de la moral.


 La moral es parte de la respuesta de la fe, y su meta es la creación de una comunidad humana entrelazada por las diversas manifestaciones y grados del amor fraterno que llamamos solidaridad, ayuda, igualdad y hermandad. No puede contentarse, por tanto, con excluir el daño grave, con evitar el pecado; la moral cristiana consiste en la búsqueda de los remedios más eficaces para curar las rupturas humanas, y abarca todo esmero por su misión reconciliadora. Su terreno es la cooperación voluntariosa con toda obra de Dios; está iluminada por la esperanza, pero no roída por el escrúpulo; trata de casos concretos sin dejarse aprisionar por una casuística.




Los códigos morales representan el sedimento de una experiencia social; no son leyes caídas del cielo, abstractas e independientes de la historia, sino todo lo contrario: resultado de una historia, acervo de datos, destilación de éxitos y fracasos, que se registran para orientar la conducta. Esto vale incluso para los mandamientos contenidos en la segunda tabla del decálogo: todos, o la menos la mayor parte, estaban ya en vigor en la cultura mesopotámica anterior al Sinaí. Aparte lo prohibido por ser dañoso en todo tiempo o en alguna circunstancia particular, los códigos no constituyen verdaderas obligaciones, pero suministran un elemento importante para la decisión responsable. Para el cristiano son panorámicas de la vida desde el observatorio de la fe, que señalan caminos prometedores e identifican sendas peligrosas. La comunidad que los diseña debe mantenerlos al día, rectificando itinerarios o trazando otros según las nuevas problemáticas.




DECISIÓN INDIVIDUAL.




No sólo la decisión comunitaria, también la individual necesita tener presentes los resultados de otras experiencias y las luces de otras sabidurías. Cada uno, al encararse con una situación difícil o ambigua, no puede juzgarla más que desde su punto de vista personal, fatalmente restringido. Se acerca a ella por un flanco, sin poder abarcarla en toda su amplitud, y la ve en un momento determinado de su existencia. Pero ocurre que las realidades son a menudo de tamaño mayor que el natural; para juzgarlas adecuadamente harían falta los ojos de Dios mismo.



Ante la dificultad que encuentra el individuo para formarse un juicio, algunos sostienen que el Espíritu Santo dará al creyente en cada ocasión la iluminación necesaria y suficiente para decidir sin errar; otros, siguiendo la tendencia contraria, buscan casuísticas detalladas y autoritarias que no dejen escapatoria ni elección. El realismo cristiano tiene menos pretensiones y más independencia; sabe que el individuo no se basta a sí mismo, pero reivindica la decisión personal. Para ello tiene a disposición el juicio sereno de antecesores y contemporáneos, así como un registro de errores cometidos en el pasado y en el presente. De ese modo no está solo. Su deliberación puede aprovechar muchos datos que no podría conocer por sí mismo, y la decisión, que será personal, no dictada, tendrá en cuanto es posible la garantía del Espíritu que obra en él y en la historia.



La experiencia ajena subsana, pues, en gran parte, la limitación del individuo. Pero el hombre no es solamente limitado, tiene además instintos bajos que, tenidos a raya por el Espíritu, no dejan de asomar la oreja de vez en cuando: el primero y central es el egoísmo. Cuántas veces, en la madeja de piadosas motivaciones se esconde una sutil busca del propio interés o una racionalización de ambiciones ocultas. Creyendo firmemente en la realidad de la redención y en el don del Espíritu, el cristiano no es, sin embargo, un iluso: sabe que su ser tiene aún muchas raíces emponzoñadas que producen frutos amargos, tanto más peligrosas cuanto más capilares sean y más disimuladas estén tras devotas actitudes. El pecado está vencido, pero no muerto, y sus guerrillas pueden poner en muchos bretes. Todo hombre sensato sabe poner en cuarentena el propio parecer y tomar consejo en asuntos graves.




De lo expuesto se recaba el papel de los códigos: no son dictados inapelables, sin archivos de experiencia que iluminan y auxilian la decisión, permitiéndole sortear celadas ya encontradas por otros y proporcionando el resultado de una reflexión ponderada.




LEY CIENTÍFICA Y LEY MORAL.


Francis Collins: De Ateo a Creyente.




Pasa en lo moral algo semejante a lo sucedido en el terreno de la ciencia. Tras innumerables crisis sufridas al tropezar con nuevos datos, las leyes científicas no se conciben ya como principios inmutables, sino como hipótesis de trabajo, siempre sujetas a verificación y rectificación. En presencia de un fenómeno antes reputado "imposible", la ley se ve forzada a cambiar de enunciado. Es una ley humilde en su búsqueda, no un oráculo pretencioso. También en lo moral hay que reformular el antiguo concepto de ley; si para el cristiano no es aceptable el código legal que provea soluciones desencarnadas, la comunidad y el individuo necesitan, sin embargo, registrar la experiencia pasada y presente respecto a ciertas materias de decisión, para que aconsejen en las opciones que vayan surgiendo. La ley es guía, dispuesta siempre a ser rectificada o mejorada según la nueva experiencia de fe en un mundo cambiante. No es un coco para niños, sino un recurso para adultos. Es miembro participante en la deliberación, y representa la continuidad en el proceder del grupo; pero se retira cuando se aducen datos que rebasan su horizonte; se llega entonces a una excepción o, si es el caso, a una reformulación de la ley. El código es consejero; y el consejo denota saber y experiencia compartida en la amistad, no orden indiscutida de un superior. La ley no está autorizada a imponer su peso anticipadamente, sino a dialogar para llegar a un resultado.



MORAL Y SOCIEDAD.




Al hablar en el capítulo primero de la misión de la Iglesia, vimos que podía llamársela "conciencia de la sociedad". Esto se aplica ante todo al terreno moral de las relaciones humanas. En otro tiempo los principios morales eran patrimonio de la religión; pero a lo largo de los siglos, la sociedad ha ido asimilándoselos hasta considerarlos suyos y elaborarlos por sí misma. Existe una moral secularizada, aspecto de la mayoría de edad alcanzada por el hombre. La sociedad no depende ya de la Iglesia o de la religión para dictaminar sobre lo que considera bueno o reprobable; se ha creado o se va creando su propio acervo de normas que definen su criterio de moralidad, apoyándose a menudo en las ciencias que cultiva. Al ir conociendo mejor su propia naturaleza, el hombre va entendiendo sus líneas de desarrollo y las actitudes morales que comportan. Lo que antes se creía por imperativos de fe, se va descubriendo ahora por madurez de la razón, particularmente en los terrenos de la psicología y sociología.




Hay aquí otra línea del plan de Dios con la que la Iglesia y el cristiano tienen que contar; no pueden prescindir de los hallazgos de las ciencias del hombre, pues en ellas trabaja también el Espíritu. Es indispensable el diálogo con la sociedad acerca de lo que es bueno o malo para el hombre y no debe rehusar que las antiguas exigencias morales se sometan a la inspección de la investigación seria. Es otro aspecto del realismo cristiano y de la fe como capacidad de distinguir la acción de Dios en la historia. El problema común está en cómo hacer de este mundo una sociedad de hermanos, y la Iglesia ha de aceptar que sus propuestas sean sujetas a los modos de verificación de que la sociedad dispone; sólo si salen corroboradas por los resultados del análisis, podrán considerarse colaboración válida a la construcción del mundo.




No significa esto que la moral cristiana dependa de la última moda científica o de cada conclusión precipitada. Pero sí que cada toma de conciencia humana y cada progreso acreditado obligan a los cristianos a pensar seriamente. No basta afirmar que existe una moral revelada; esto es verdad, pero su único precepto, el del amor fraterno, puede aplicarse de modos diferentes según las épocas y circunstancias; diríamos que puede también entenderse mejor, descubrir zonas nuevas a las que afecta y hacer hincapié en aspectos inéditos más urgentes. Baste citar el cambio en la conciencia de clase o casta social, que en otros tiempos suponía un poligenismo larvado, como si nobles y plebeyos no hubiesen pertenecido a la misma raza humana; hoy vige la idea de igualdad, que poco a poco va abriéndose camino a pesar de las resistencias. Otro ejemplo es la conciencia creciente de la ilegitimidad de la guerra y de la opresión, que antes no causaba conflictos morales a los cristianos y ahora empieza a producirlos en la humanidad entera. No hace mucho tiempo, la miseria se justificaba con miras providencialistas que ahora parecen inaceptables. Y a nadie se le ocurriría impugnar hoy el principio de que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, que, sin embargo, a fines del siglo pasado era sospechoso de heterodoxia.




La Iglesia ha aprendido moral en su contacto con el mundo, y tiene que seguir aprendiendo. Por eso es necesaria la reflexión serena y la conciencia del condicionamiento histórico y cultural de muchos artículos de su código. Los nuevos fenómenos sociales demandan consideración, y el sedimento adquirido de las ciencias humanas exige respeto y aceptación. La Iglesia vive para el mundo y tiene que proponerle lo que contribuye de verdad al bien y a la salud del hombre. Si el mundo quiere examinar esas propuestas, la Iglesia no puede poner objeciones, pues siempre ha mantenido que la ley eterna se manifiesta en la ley natural. Lo que no sea confirmado por el estudio responsable de la naturaleza humana no podrá considerarse como doctrina perenne, sino a lo más como expresión cultural transitoria. 




AMOR CRISTIANO.




Una observación para terminar. El amor cristiano, imperativo evangélico, es una benevolencia, sentida o querida en grados diversos, es decir, una disposición favorable hacia los demás. Su traducción práctica es indispensable, y ha de buscar canales de beneficencia, de acción por el bien ajeno. Se crean así modelos de conducta capaces de promover la hermandad humana. El amor fraterno tiene, por tanto, un aspecto "calculador", organizador, necesario para la acción eficaz del grupo cristiano; y para establecer su estrategia, aunque sea provisional, se requiere pensamiento, experiencia y deliberación.




Además, el amor cristiano puede llegar más allá de toda previsión, hasta el don total de sí, sin contar esfuerzos, como sucedió en Cristo. No se agota en la organización, tiene un ápice carismático, el pleno desinterés y olvido de sí mismo, que ha brillado en no pocos cristianos del pasado y del presente. Si los comités son necesarios, hay individuos que sienten un llamamiento personal para actuar a la intemperie, como ocurría a san Pablo, "dando prueba de ser servidores de Dios con lo mucho que pasan: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer" (2 Cor 6,4-5). Estos hombres son los que impiden con su ejemplo que la caridad cristiana se convierta en una administración, recordándole el Espíritu de que procede.





SHAKIRA: OCTAVO DÍA.





Algunos artistas se preguntan por la realidad del mundo que les rodea en las letras de algunas de sus canciones. Shakira es una de ellas con su canción "Octavo día".




En este tema la cantante intenta imaginar qué opinaría Dios si viera este mundo tal cual está ahora, después de crearlo. La cantante insinúa que quedaría aterrado. Es una llamada a tomar conciencia de que la Tierra no nos pertenece, que no podemos destruirla a nuestro antojo, tenemos que pensar en las generaciones que vivirán después de nosotros. Tras leer la letra que tienes más abajo, ¿estás de acuerdo con lo que dice? ¿Qué solución le darías tú a las preguntas que se hace?.









OCTAVO DÍA





El octavo día Dios,




después de tanto trabajar,




para liberar tensiones,




luego ya de revisar,



dijo: "todo está muy bien,



es hora de descansar",




y se fue a dar un paseo




por el espacio sideral.




¿Quién se iba a imaginar




que el mismo Dios al regresar




iba a encontrarlo todo




en un desorden infernal?




y que se iba a convertir




en un desempleado más




de la tasa que actualmente




está creciendo sin parar.




Desde ese entonces




hay quienes lo han visto




solo en las calles transitar,




anda esperando paciente




por alguien con quien al menos




tranquilo pueda conversar.



Mientras tanto, este mundo




gira y gira sin poderlo detener




y aquí abajo unos cuantos




nos manejan como fichas de ajedrez.




No soy la clase de idiota



que se deja convencer,




pero digo la verdad,




y hasta un ciego lo puede ver.




Si a falta de ocupación




o de excesiva soledad




Dios no resistiera más




y se marchara a otro lugar,



sería nuestra perdición,




no habría otro remedio más




que adorar a Michael Jackson,




a Bill Clinton o a Tarzán.




Es mas difícil ser rey sin corona




que una persona más normal,




pobre de Dios que no sale en revistas,




no es modelo ni artista de familia real.




Mientras tanto...mientras tanto...




SHAKIRA, ¿Dónde están los ladrones? (1998)

No hay comentarios:

Publicar un comentario