jueves, 4 de agosto de 2011

TEMA 7. CUARTO DE LA ESO.


SENTIDO CRISTIANO DEL DOLOR Y DE LA MUERTE.
 No me digas adión sino hasta luego.


LA REALIDAD DE LA MUERTE


La muerte es una realidad cotidiana sobre la que no es fácil hoy hablar; parece un asunto desagradable, de mal gusto. Un profundo desconcierto y tristeza invade el corazón. El Concilio Vaticano II expresa con claridad lo que sucede al hombre ante la realidad de la muerte:

“El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano”. Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, nº 18.

El texto conciliar usa unas expresiones, llenas de profundo significado, que no pueden pasar desapercibidas:

·        El ser humano se resiste a aceptar el adiós definitivo.

·        Existe en el hombre una semilla de eternidad que se levanta contra la muerte.

·        Las aportaciones de las ciencias y las técnicas, especialmente la medicina, no le calman.

LA EXPERIENCIA DE LA MUERTE.


Todas las personas sufren la experiencia de la muerte, con la desaparición de familiares, amigos y conocidos. Noticias sobre la muerte, a veces como víctimas de accidentes o tragedias, abundan en los medios de comunicación social. Estos hechos desconciertan y son como una sacudida que pone a prueba la fe y la esperanza humana.

Ante la realidad de la muerte caben, entre otras, estas tres posturas más frecuentes que, a la vez, manifiestan los distintos sentidos que tiene la vida:

·        Si el hombre es un ser para la muerte, la vida no tiene sentido, es una pasión inútil.

·        Aceptar la idea de la reencarnación, es decir, morir para volver a nacer en otro ser.

·        La muerte encuentra su sentido en Dios, que es el Señor de la vida y de la muerte.

EL SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE
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·        La muerte corporal es natural.

·        Jesucristo da sentido a la muerte.

·        La actitud del cristiano ante la muerte. La muerte debe ser aceptada con amor y esperanza. Se sabe que ella es el final del camino que el hombre hace en la tierra, donde concluye el tiempo de merecer y el tiempo de reparar. Termina el tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ha concedido para decidir su último destino.

LA EXPERIENCIA DE LA ENFERMEDAD

Estar enfermo es una situación dura. La persona experimenta que algo violenta sus tendencias, sus gustos, su voluntad. Es un acontecimiento que no desea, pero que se le impone.

·        La fatiga, la fiebre, el dolor físico invaden, como unos intrusos, los órganos del cuerpo.

·        El enfermo siente la tentación de considerar su propio cuerpo como un obstáculo: “mi cuerpo está contra mí”.

·        El dolor y el sufrimiento hacen que el enfermo esté tan pendiente de sí mismo que puede dificultar su relación con los demás.

·        A la vez, siente una dependencia tan grande que modifica su propio carácter.

·        Puede conducir a la angustia e incluso a la desesperación.

Sin embargo, el dolor y la enfermedad también pueden ayudar a los enfermos y a la sociedad a:

·        Conocerse y comprenderse mejor. La enfermedad y el dolor es la mayor experiencia y comprensión de la propia contingencia y de la necesidad de los otros. Quien antes se sentía fuerte y seguro percibe ahora la propia fragilidad y aparece, a veces, la idea de la muerte.

·        Madurar en cuanto personas. La enfermedad hace a la persona más madura y le ayuda a saber discernir lo que es esencial en la vida de lo que no lo es.

·        Ayuda a la sociedad a ser sensible ante el sufrimiento de los demás. Y a ser solícita para atender con especial generosidad a quien lo necesita.

EL SENTIDO CRISTIANO DEL DOLOR.

El cristiano debe combatir la enfermedad, como hace con la pobreza y la miseria. El plan salvador de Jesús que mira ante todo a la liberación del pecado, urge también a que la humanidad luche ardientemente para que desaparezca la enfermedad y el dolor, aunque sabemos que nunca se logra plenamente. Además , las personas que están alrededor de los que sufren han de poner todo el esfuerzo para aliviar el dolor.

El cristiano vive su enfermedad cara a Dios y el dolor se convierte en camino de conversión, de perdón y de inmolación:

“Por su pasión y su muerte en la CRUZ, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora”.


LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS.

La Iglesia ha recibido del Señor el encargo de :”Sanad a los enfermos” (Mt 10,8) y procura cumplirlo tanto mediante el cuidado que proporciona a los enfermos como por la oración que los acompaña. Cree en la acción salvadora de Jesucristo, médico de las almas y de los cuerpos y, por ello, tiene un sacramento a favor de los enfermos, atestiguado en el Nuevo Testamento.

“¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren por él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe sanará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados”. Santiago 5, 14-15.

 La unción de los enfermos no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, nº 73.


CELEBRAR LA SANTA UNCIÓN.

La Unción se puede celebrar en las casas, en el hospital o en la Iglesia. Los sacerdotes son los ministros propios de la Unción de los enfermos; su presencia es testimonio claro de su misión de pastor y padre.

La celebración litúrgica de la Unción tiene esta estructura:

·        Lectura de la Palabra de Dios.

·        Imposición de manos por parte del presbítero sobre el enfermo y oración.

·        Unción con el óleo de los enfermos en la frente y en las manos a la vez que pronuncia las siguientes palabras:

Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.

 La comunidad cristiana, reducida muchas veces a los miembros de la familia, manifiesta que “cuando un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Cor 12,26); ellos son la presencia cariñosa y la compañía de la Iglesia junto al enfermo.

Por el sacramento de la Unción de los enfermos se concede a los enfermos los siguientes dones:

·        Fortaleza para vencer. Se recibe consuelo, paz y ánimo para vencer las dificultades de la enfermedad o vejez, contra las tentaciones de desaliento y angustia.

·        Perdón de los pecados. Recibe el perdón de los pecados, si se dan las condiciones de dolor y arrepentimiento y el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la Penitencia.

·        Unión a la Pasión del Señor. Recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo.



·        Une más íntimamente a la Iglesia. La Iglesia intercede por el enfermo y éste, a su vez, contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres.

“El hombre, al enfermar gravemente, necesita de una especial gracia de Dios, para que, dominado por la angustia, no desfallezca su ánimo, y sometido a la prueba, no se debilite su fe. Por eso, Cristo robustece a sus fieles enfermos con el sacramento de la Unción, fortaleciéndolos con una firmísima protección”.


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