jueves, 4 de agosto de 2011

TEMA 6. SEGUNDO DE BACHILLERATO.

Fe y Cultura.


OBJETIVOS:


1. Reconocer la dimensión cultural de la fe, descubriendo cómo ha sido expresada esta en los distintos ámbitos de la cultura.


2. Valorar las manifestaciones artísticas de la fe, reconociendo el sentido espiritual y estético del arte, en general, y el significado del arte religioso, en particular.


3. Analizar e interpretar el mensaje religioso de las obras más significativas expresadas en los distintos estilos artísticos.


4. Conocer y valorar críticamente la relación entre la religión y el cine.

DIMENSIÓN CULTURAL DE LA FE.


Fe y Cultura.


En sentido general, se entiende por cultura “el cultivo de los bienes y valores naturales”. Cultura es todo lo que el ser humano hace para cultivarse o desarrollarse: trabajo, comida, vivienda...; es el estilo de vivir lo cotidiano, la forma de vivir la realidad.




Existen diferentes culturas según las distintas formas de vivir la realidad. Cada cultura está estrechamente relacionada con el espacio vital, la geografía, el clima, el suelo, el grado de desarrollo, la historia. Ello explica, por ejemplo, la diferencia entre la cultura primitiva y la moderna, entre la cultura oriental y la occidental.


La cultura está en la base de la fe religiosa, influyendo en la manera de reaccionar ante los límites de la existencia, en la forma de percibir el misterio, de experimentar lo sagrado, de expresar en el sentido de la vida. La religión nace encarnada en la cultura de un pueblo. Ello explica, en parte, algunas diferencias entre las distintas religiones, incluso las diferentes maneras de expresar y vivir una misma religión.



Aparte de la cultura típicamente religiosa, las religiones tienden a influir en la cultura general, orientándola hacia los fines que se consideran más edificantes y dándole un sentido más gratificante, en conformidad con las propias creencias.


De este modo, las religiones suelen modelar la propia cultura, proyectando en ella su visión del mundo, del ser humano y de la sociedad. Así pues, la fe religiosa tiene una doble dimensión cultural: se encarna y nace dentro de una cultura asumiendo sus valores y genera nueva cultura inspirando valores nuevos.

El cristianismo en la cultura.


La persona formada en el ámbito de la civilización occidental, vaya a donde vaya, lleva siempre consigo, consciente o inconscientemente, valores oriundos del cristianismo; este dejó huellas en la historia, en los usos y costumbres, en la lengua y en la literatura, en el arte y en la música.


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En la historia.


A partir del cristianismo, la historia se divide en antes y después de Cristo, siendo Él centro de ella. La historia de Occidente y , más concretamente de España, no podría ser entendida si prescindimos del cristianismo, pues está prácticamente en la base misma de todos los acontecimientos que configuran nuestra historia.


Hasta el siglo IV, el cristianismo se desenvolvió en un medio hostil, pero su fuerza y vitalidad fueron expandiéndose hasta ser asumido como religión oficial del Imperio Romano.
Su función clave durante la invasión de los bárbaros y después de la caída del Imperio. A partir de entonces, y durante toda la Edad Media, la historia de Occidente se funde con la historia de la Iglesia.



Las revoluciones de la Edad Moderna y de la Edad Contemporánea, las vicisitudes políticas, las situaciones socioeconómicas y las fuerzas ideológicas no podrían entenderse sin tener en cuenta el papel que jugó en todo ello la religión.



En España, a partir de la conversión de Recaredo y, más concretamente, desde los famosos concilios de Toledo, el cristianismo ha estado presente en las instituciones, inspirando las grandes decisiones, leyes y directrices, etc...




En los usos y costumbres.


La geografía de Europa y, en concreto, la de España, está marcada por señales típicamente religiosas que hablan de las costumbres y creencias de nuestros pueblos: templos y conventos  coronan nuestros pueblos y ciudades; ermitas y monasterios dan nombre e identidad a muchos valles y montañas; la cruces jalonan nuestros caminos.

Resultado de imagen de el dios cercanoTambién el tiempo está marcado con el signo religioso; el domingo saca a la semana de su monotonía, las fiestas anuales dan vida, calor e ilusión; en torno a las fiestas surgen romerías y folclore con sus danzas y canciones.





En la lengua y en la literatura.



Nuestro pensamiento, nuestras expresiones, nuestro vocabulario y formas literarias han ido alcanzando su madurez dentro del cristianismo. Este constituye en gran medida el contexto histórico y conceptual de nuestra lengua.



Nuestra concepción del mundo, de la vida, de la sociedad, del mal, etc., hunde sus raíces en el cristianismo. Muchas expresiones y muchos nombres están tomados del mundo bíblico. La literatura castellana está llena de motivos cristianos que inspiran bellas obras a autores antiguos, clásicos y modernos. Ya los primeros balbuceos literarios nacen inspirados por la fe (Cantigas, Milagros de Nuestra Señora...).



A la poesía lírica castellana le hubiera faltado parte de su belleza sin la aportación de los místicos. Aparte de las obras de carácter eminentemente religioso, apenas existen autores que al plasmar la vida en sus escritos no reflejen también motivos religiosos. El mismo refranero, que recoge de un modo tan bello la sabiduría popular, está salpicado de motivos religiosos.

En el arte y en la música.



Como manifestaciones del espíritu, el arte y la música sirven para expresar los sentimientos más recónditos del ser humano, entre ellos el sentimiento religioso.



La Iglesia se hizo heredera del espíritu artístico que animó las culturas griegas y romanas. En su seno nace el arte románico, gótico, renacentista y barroco, donde se plasma el espíritu cristiano.




Asimismo, la música ha sido la vibración del espíritu cristiano que ha animado tantos siglos de historia. Gran parte de la música que llena nuestra historia está inspirado en motivos cristianos, sin los cuales no podríamos sintonizar con ella.



MANIFESTACIONES ARTÍSTICAS DE LA FE.



Sentido religioso del arte.






Entre las actitudes más nobles del ingenio humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte religioso y su cumbre, que es el arte sacro. Estos, por su naturaleza, están relacionados con la infinita belleza de Dios, que intentan expresar de alguna manera por medio de obras humanas (Concilio Vaticano II: Sacrosanctum concilium, 122).



Toda obra de arte tiene una dimensión espiritual: despierta la sensibilidad, eleva el espíritu, produce gozo, paz, fuerza, consuelo. Miles de personas encuentran en la música, en la poesía, pintura, teatro o cine un sentido que recrea su espíritu, deleita, serena, anima y excita, a veces hasta el éxtasis.



Muchos artistas reconocen en el arte también una dimensión religiosa. En cuanto búsqueda del sentido profundo de la existencia, la religión está muy presente en el arte.



El arte refleja las inquietudes y luchas del ser humano por escapar del estrecho recinto existencial que aprisiona las ansias de infinito. El ser humano ha expresado a través del arte su necesidad de ensanchar el espacio vital, abrir ventanas a un mundo nuevo, de espiritualizar la materia venciendo en su propia casa al materialismo que amenaza con devorar el espíritu.



A través del arte el ser humano expresa los sentimientos más recónditos que a veces no es capaz de verbalizar: “El arte refuerza lo mejor de lo que es capaz el hombre: la esperanza, la fe, el amor, la belleza, la devoción o lo que uno sueña u espera.... En el arte se expresa el instinto interior de la humanidad. A parte de la imagen artística, la humanidad no ha inventado nada de manera desinteresada. Por eso quizá la existencia humana adquiera sentido en la creación artística. Y quizá se demuestre precisamente en ello que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios” (A. Tarkovski).



Arte religioso.

En sentido estricto, se entiende por arte religioso aquel que contiene temas relacionados directamente con la religión. Sin embargo, a veces el artista utiliza los temas religiosos solo como pretexto para expresar el arte y otras veces a través de temas profanos expresa un sentido religioso: búsqueda de la dimensión profunda de la existencia, expresión de experiencias límite, apertura al misterio último, etc. Por eso conviene distinguir entre sentido religioso del arte y arte religioso.



Las obras de arte religioso han sido presentadas como “los ojos de la fe”. A través de las creaciones artísticas el creyente puede ver el sentido que da la fe a la vida, al nacimiento, al trabajo, al sufrimiento, a la muerte. Puede ver también el mundo que anticipa la fe, un mundo futuro lleno de belleza y de felicidad que escapan a la fugacidad del tiempo y a las limitaciones del espacio.



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En la religión cristiana, el arte religioso empezó teniendo una función didáctica: enseñar de una forma plástica el contenido de la fe. Buen ejemplo de ello es la rica simbología cristiana, los retablosResultado de imagen de retablos, los baptisterios, las biblias miniadas, etc.



El arte religioso también tiene una función de ambientación espiritual para fomentar la devoción: vidrieras con efectos cromáticos y luminosos que crean un clima propicio para la contemplación, imágenes que despiertan sentimientos de piedad, amor, paz, esperanza, etc.



Arte sacro.





Es el arte religioso destinado al culto. Suele ser expresión de la fe colectiva. Todas las religiones se han servido del arte para expresar las ideas, inquietudes y sentimientos que inspira la fe, dando lugar a obras muy bellas de arquitectura, escultura, pintura, literatura, etc., que han sido consagradas como lugares, objetos e instrumentos de culto.




A través del arte muchas personas han llegado a sentir la cercanía de Dios. “Entre ver a Dios cara a cara y el negar su existencia porque no se le ve, está el signo y la imagen para intuirle... Desde la encarnación, tiene una gran importancia como lugar teológico lo visible y lo humano, mediación indispensable para encontrar a Dios. Se requiere, por eso, una educación cuidadosa de la afectividad, de la sensiblidad y e la imaginación con la inteligencia, para descubrir la belleza misma en el fondo de las cosas bellas” (Las edades del hombre, Valladolid, 1.988).



Pero el arte también es ambiguo: puede agotarse en la percepción y deleite de la belleza sensible e impedir el acceso a Dios o al misterio que quiere representar.



Esta ambigüedad se pone de manifiesto sobre todo en las imágenes, en cuanto que tienden a acaparar toda la atención hasta confundirse con la realidad que quieren representar. Por ello en la Biblia se prohibe “fijar a Dios en imágenes” (Éx 20, 4-5). Siguiendo esta prescripción, la religión judía no tiene imágenes plásticas de Dios. También la religión islámica prohibe representar en imágenes a Alá y a Mahoma.



En la religión cristiana al principio no se hacían imágenes siguiendo la costumbre judía, pero ya en el siglo III empezaron a aparecer imágenes de Jesús y, más tarde, de María y de los santos. Cuando estas imágenes absorbían toda la atención hasta el punto de ocupar el lugar de Dios, entonces los pastores de las iglesias se veían obligados a instruir a sus fieles para no caer en esta tentación. Algunos obispos incluso destruyeron las imágenes. El papa Leon III escribe al obispo de Marsella: “Hiciste bien al prohibir adorar la imagen, pero mal al destruirla, porque lo que la escritura es para los que saben leer, la imagen es para aquellos que no saben”.



En la Iglesia Oriental siempre se ha tenido una veneración muy especial por los iconos. Pero en los siglos VIII y IX algunos emperadores la consideraron una idolatría y mandaron destruir los iconos. Sin embargo, para el pueblo tenían un significado tan sagrado que muchos murieron por defenderlos. En el siglo XVI los protestantes, basándose en la prescripción bíblica (Ex 20), retiraron de los templos todas las imágenes.



La Iglesia Católica, ya en el Concilio II de Nicea (año 787) insistió en las ventajas de las representaciones, tanto pintadas como esculpidas: “Cuanto más se miran, más nos recuerdan a aquel que está representando, más nos esforzamos en imitarlo, más nos incitan a manifestarles respeto y veneración, sin por ello rendirles culto de latría propiamente dicho, reservado solo a Dios”.



Patrimonio artístico y cultural de la Iglesia.




Existe un parentesco natural entre el arte y la religión: “Arte y religión son dos caminos por los que el hombre escapa de la circunstancia hacia el éxtasis (C. Bell). En la religión cristiana, este parentesco ha constituido un maridaje tan fecundo que ha llenado de obras siglos de la historia. Efectivamente, a lo largo de su historia la fe cristiana se ha servido del arte para expresarse según las sensibilidades y estilos de cada época, contando hoy con un gigantesco patrimonio artístico.



Las Iglesias, catedrales, conventos y universidades eclesiásticas con sus tesoros artísticos y sus bibliotecas conforman el patrimonio cultural que la Iglesia ha ido heredando y creando a lo largo de su historia. Muchas de las obras artísticas que se exhiben en museos nacionales proceden del patrimonio de la Iglesia.



Este patrimonio no debe ser interpretado como un signo de riqueza material, ni debe ser utilizado con fines lucrativos, sino como un servicio en su doble dimensión: cultural y religiosa.



Hoy, este patrimonio artístico cumple una finalidad cultural, social y religiosa. Y con estos fines la Iglesia lo conserva, lo cuida y lo da a conocer. Sin embargo, como Juan Pablo II recomienda, “ante los casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos supérfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ellos” (Sollicitudo rei socialis, 31).



EL ARTE CRISTIANO EN LA HISTORIA.



Arte paleocristiano.



Las primeras manifestaciones artísticas de la fe cristiana aparecen en las catacumbas; se trata de símbolos y figuras tomadas del arte funerario judío y pagano, pero dotadas de un significado propio. Son signos de salvación y vida, como la cruz, el áncora, el pez, el racimo de uvas, el cordero, el buen pastor..., que caracterizan el arte de las sinagogas y de los sarcófagos cristianos.



En el siglo IV, tras el giro de Constantino, el arte cristiano adopta el lenguaje y los símbolos de la cultura romana para expresar la fe: el lábaro constantiniano con letras alfa y omega, el crismón, las basílicas romanas, imágenes de Cristo al estilo de los emperadores romanos y de Júpiter.



Arte bizantino y románico.





Tras la caída del Imperio Romano de Occidente (siglo V), cayó también en crisis el arte cristiano occidental. En cambio, en Bizancio, capital del Imperio Romano de Oriente, el arte cristiano brilló con todo su esplendor; buena muestra de ello es la Iglesia de Santa Sofía (en la actual Estambul) y la riqueza de pinturas e iconos. El arte bizantino utiliza el oro y los fondos y detalles de los vestidos como símbolo de la grandiosidad y esplendor de Dios: las figuras representan personajes inmóviles, con los ojos muy dilatados, absortos en la contemplación de la gloria a Dios.



En los siglos XI y XII empiezan a extenderse por toda Europa el arte románico que nace en la abadía benedictina de Cluny. El arte románico toma muchos elementos del bizantino, donde se funden las influencias clásicas grecorromanas y orientales bajo un sello peculiarmente cristiano. Buen ejemplo de ello es el pantócrator, creación del arte bizantino y asumido por el románico. El pantócrator aparece en los ábsides y tímpanos de las iglesias rodeado por los símbolos de los evangelistas o tetramorfos (los cuatro vivientes del Apocalipsis). También abundan las imágenes majestuosas de Cristo crucificado, de la Virgen y del grupo de los apóstoles. Así mismo son de destacar los códices miniados y, en especial, los dedicados al Apocalipsis.


Arte Gótico.




A finales del siglo XII el arte comienza a transformarse, adquiriendo más movimiento y agilidad, más luminosidad y perspectiva, más elevación: aparece el gótico, que llenará los siglos XIII y XIV.



Es el apogeo de la cristiandad medieval. Mientras papas y emperadores luchan por la hegemonía de la cristiandad, el ambiente se llena de un espíritu cristiano militante: cruzadas, peregrinaciones, órdenes religiosas, universidades y catedrales.



El arte gótico es la expresión más bella de esa espiritualidad que eleva e ilumina lo humano acercándolo a lo divino. Las imágenes de Jesús recogen con mayor expresividad el elemento humano quedando transfigurado bajo la expresión divina. La figura de Jesús en la cruz se hace más humana dando cada vez mayor cabida al sufrimiento hasta llegar a un crudo realismo al final, precisamente en una época que sufre los estragos de la peste y de las guerras.



Arte Renacentista.




En el siglo XIV, cuando todavía el gótico está en pleno auge, aparece una nueva corriente que logra imponerse en los siglos XV y XVI. Como alternativa al pensamiento medieval, que solo valora lo humano en cuanto reflejo de lo divino, esta corriente retorna a los clásicos griegos y latinos, que inspiran un mayor humanismo: aprecio de lo humano en sí mismo, exaltación de la naturaleza, naturalismo artístico, dominio del hombre.



¿Cómo reaccionará la fe cristiana ante esta corriente humanista que hace renacer el paganismo grecorromano? ¿Se dejará paganizar el cristianismo? ¿Se cristianizará este paganismo renaciente? ¿En qué se inspiran los artistas cuando representan motivos religiosos? ¿En qué se inspira Miguel Ángel al pintar el Juicio Final o al esculpir La Piedad?



En las imágenes religiosas renacentistas se aprecia una gran preocupación por las formas, por la exactitud de la anatomía, por la belleza naturalista. Algunas imágenes de Cristo parecen más inspiradas en el ideal de belleza viril propio del humanismo renacentista que en el hombre ideal que inspira la fe cristiana.



Contra esta tendencia paganizante del arte religioso surge un movimiento espiritual que encuentra en el Greco su expresión más digna. Los reformadores protestantes se declaran radicalmente en contra de las imágenes. Los católicos las acogen dándoles un sentido sobrenatural que despierta sentimientos de dolor, compasión, piedad; se fomenta la devoción a la pasión, alimentada con procesiones e imágenes de Jesús en la cruz, en el huerto, atado a la columna, etc.



Arte Barroco.





A finales del siglo XVI surge el Barroco, que encuentra su máximo esplendor en el XVII y sobrevive hasta muy entrado el XVIII. Conecta con el Renacimiento pero rompe con las reglas tan estrictas y busca de un modo más libre lo grandioso y lo efectista. Su influencia se dejará sentir sobre todo en la piedad popular, proyectándose sobre un Cristo que a veces hace brotar las lágrimas: Ecce Homo, Santo Rostro, Cristo de la Agonía, Cristo de la Piedad, etc.



En España es la época de los grandes imagineros, que construyen “pasos” para las procesiones de Semana Santa y retablos para los altares. Hay maestros como Gregorio Fernández, Montañés, Juan de Mesa, Francisco Salzillo, Roldán, etc., que supieron guardar el equilibrio, reflejando en sus imágenes el realismo de la pasión pero sin caer en sentimentalismos.



En la pintura se dulcifican más los motivos y las formas como puede verse en los cuadros de Ribalta, Ribera, Velázquez, Zurbarán y Murillo. Es de destacar el Cristo Crucificado de Velázquez, que resplandece por su perfección y sencillez.




Crisis del arte religioso.



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Ya a partir del Renacimiento comienza a notarse un distanciamiento entre arte y religión. Los artistas se dedican cada vez más a representar motivos no religiosos. Por otro lado, la religiosidad popular se hace cada vez más pietista. Con la Ilustración (Siglo XVIII) se abre una ruptura entre razón y fe, separándose el orden natural del sobrenatural. Los artistas reflejan en sus obras la visión racionalista y tecnicista del mundo, alejándose de las realidades religiosas.



La religión popular se refugia en una espiritualidad intimista, al margen de los movimientos intelectuales, culturales o sociales. Esta espiritualidad es alimentada de devociones sentimentales sin conexión con los problemas reales, de oraciones angelicales, imágenes nímbeas, asexuadas, amaneradas y fuera de la realidad. Aparecen estampas de Jesús donde todo parece postizo: el pelo, la barba, la mirada, el corazón, el gesto. También los altares se llenan de imágenes que despiertan un sentimentalismo efímero y estéril.



Movimientos Vanguardistas.





A finales del siglo XIX surge un movimiento vanguardista que se va sucediendo a lo largo del siglo XX.



El tema religioso no abunda excesivamente en las vanguardias artísticas, pero tampoco está ausente. Basta con recordar en pintura a Gaugiuin, Van Gogh, Matisse, Chagall, Rouault, Picasso o Dalí; en arquitectura a Gaudí o Fisac; en música a Mompou, Strawinsky o Haffer; asimismo, el tema religioso tiene una significativa presencia en la literatura actual en el cine, como veremos después.



En el Concilio Vaticano II (1.962-1.966) cristaliza un movimiento renovador que venía fraguándose ya desde inicios del siglo XX en el campo litúrgico, bíblico y catequético, etc. A partir del Concilio, la Iglesia se abre más a los problemas del mundo en diálogo a la ciencia, la cultura, la política y el arte.



En su mensaje a los artistas, el Concilio les dice: “Hoy como ayer, la Iglesia os necesita y se vuelve hacia vosotros... No rehuséis poner vuestro talento al servicio de la verdad divina. No cerréis vuestro espíritu al soplo del Espíritu Santo”.



Y los artistas siguen buscando nuevas imágenes que expresen lo que la fe significa para el hombre de hoy, un hombre amenazado por el miedo a que se agoten las reservas energéticas, un hombre acosado por los males que asolan la naturaleza y contaminan la vida en el agua y en el aire, un hombre víctima de un trabajo deshumanizante o desechado en el paro, un hombre angustiado por la amenaza de un desastre nuclear, un hombre roto y destrozado. Muchos artistas, sensibilizados por la realidad que sufre el hombre de hoy, vuelven los ojos a Cristo crucificado, un Cristo roto, que representan de un modo simbólico y en el que puede creerse reflejado el hombre de hoy.



LA RELIGIÓN Y EL SÉPTIMO ARTE.





El encuentro de la religión con el cine.



Cine y religión siempre se han mirado con desconfianza. En un principio, la Iglesia se puso a la defensiva viendo en el cine más los peligros que los valores que podía aportar. Pero poco a poco fue tomando conciencia del valor artístico, cultural y social y del interés que ofrecía desde el punto de vista religioso.



Consciente del valor e importancia del cine, el Concilio Vaticano II recomienda “la producción y exhibición de las películas útiles para el honesto descanso del espíritu, la cultura y el arte humano, sobre todo de aquellas que se destinan a la juventud” (Inter mirifica, 14).


Es cierto que el tema religioso no abunda mucho en el cine, pero tampoco está ausente, pudiendo distinguir entre el cine que refleja la dimensión profunda y trascendente de la existencia y cine que refleja la dimensión profunda y trascendente de la existencia y cine que tratan aspectos formalmente religiosos: temas bíblicos, hechos de la historia del cristianismo, vidas de santos, cuestiones de moral social cristiana, etc.



Cine con sentido trascendental y religioso.


Es el cine que trata de problemas existenciales en los que la religión juega un papel esencial: sentido de la vida, del dolor y de la muerte, dudas de fe, preguntas últimas, etc. Podemos destacar las películas siguientes:


 La palabra (1.995): de Carl Theodor Dreyer. Trata del sentido de la trascendencia a propósito de la muerte de una madre al dar a luz a su hijo.


· El séptimo sello (1.957): de Ingmar Bergman. Plantea las diversas posturas ante el problema del más allá. En general, todas las películas de Bergman tienen una carga de fuerte religiosidad.
https://gloria.tv/video/PjnFDCpHC7qo3zighMQLuXwoc



· Stalker (1.979): de Andrei Tarkovsky. Tres personajes que representan la fe, el arte y la ciencia se encuentran en una encrucijada de caminos en busca de la fuente que sacie sus deseos.


Dentro del cine español podemos destacar La frontera de Dios (1.963), de Ardavín y la herida luminosa (1.997), de Garci. Merece mención aparte Luis Buñuel, que trata el tema religioso en gran parte de sus películas desde una actitud crítica y, a veces, mordaz.



Cine sobre temas religiosos.



· Intolerancia. 1.916, de David W. Griffith. Cuatro historias paralelas cuentan la intolerancia de los hombres a lo largo de la historia: la caída de Babilonia, la peregrinación de Jesús, la matanza de los hugonotes y una huelga que manifiesta la lucha entre el capital y los trabajadores.



· Los diez mandamientos. 1.923, de Cecil B. De Mille. Obra que sorprende por sus hallazgos expresivos. La secuencia del paso del Mar Rojo es tan espléndida desde el punto de vista técnico, que en 1.956, cuando De Mille repite tema y película, copia plano a plano la secuencia rodada treinta y dos años antes.



· Rey de reyes. 1.927, Cecil B. De Mille. Es una película brillante sobre Jesús, con escenas extraordinarias, como la última cena y la crucifixión. En 1.961, Nicholas Ray realizó una nueva versión con secuencias llenas de emotividad, como el sermón de la montaña y la curaciones de Jesús.



· El arca de Noé. 1.929, de Michael Curtiz. El tema y, sobre todo, la larga secuencia del diluvio eran propicios para experimentar con la nueva forma de entender las películas.



· Sansón y Dalila. 1.949, una de las más populares películas sobre personajes bíblicos debida al maestro Cecil B. De Mille, que se especializa de tal manera en estos temas que será conocido en el mundillo del cine como “Míster Bibilia”.



· Diario de un cura de aldea. 1.950, de Robert Bresson. Basada en la novela de Bernanos, narra la tormentosa vida de un cura de aldea desde que se hace cargo de la parroquia hasta su temprana muerte.



· Quo vadis? 1.951, de Mervyn Le Roy. Narra los amores arrebatados de un centurión duro de cerviz y una cristiana capaz de convertir al más remiso. Y todo ello durante la terrible persecución de Nerón.



· Salomé. 1.953, de William Dieterle. Narra el cautiverio de Juan Bautista, las crueldades caprichosas de Herodes y la belleza de Salomé, que ejecuta con especial gracia la danza de los siete velos.



· La túnica sagrada. 1.953, de Henry Koster. Primera película rodada en cinemascope, cuenta la historia del esclavo Demetrius, que hereda en el Gólgota la túnica de Jesús. Su gran éxito de taquilla propició una segunda parte, Demetrius y los gladiadores.


· Marcelino, pan y vino. 1.954, de Ladislao Vajda. Basada en un cuento de J.M Sánchez Silva, narra las tiernas peripecias de un niño abandonado a las puertas de un convento franciscano, es recogido y criado por los frailes.



· El beso de Judas. 1.954, es la única película española que intenta una aproximación digna a la Biblia. Dirigida por Rafael Gil, con guión de Vicente Escrivá, fue bien acogida por el público de la época.



· Ben Hur. 1.959, de William Wyler. Basada en la novela de Lewis Wallace, es una historia en los tiempos de Jesús, que tiene poco de bíblico y muchísimo de novela de aventuras, protagonizada por el príncipe judío Ben Hur. La carrera de cuadrigas ha quedado grabada con letras de oro en la historia del cine de acción.



· El evangelio según San Mateo. 1.964. Pier Paolo Pasolini intenta meter en el mismo saco a Marx y a San Mateo. Es una película bellísima, con escenarios naturales y una composición visual llena de originalidad, destacando la sencillez y austeridad con que están narrados los hechos de la vida de Jesús.



· La historia más grande jamás contada. 1.965, de George Stevens. Representa la vida de Jesús con una factura técnica casi perfecta, pero tan fría y distante que consiguió la indiferencia del gran público.



· La Biblia. 1.965, de Jhon Huston. Interesantísima recreación de los primeros capítulos del Génesis. La creación del mundo, Adán y Eva, Caín y Abel, el diluvio Universal y la historia de Abraham llenaban tres horas de proyección y eran parte de un proyecto que no tuvo continuidad.



· Jesucristo Superstar. 1.973, de Norman Jewison. Es un musical “hippie” que se basa en la ópera rock de Andrew Lloyd Weber y está rodada en escenarios naturales.



· El Mesías. 1.976, de Roberto Rosellini. Cuenta la historia de los patriarcas para desembocar en el personaje del Mesías. Es una narración plana, como la de un cronista que cuenta simplemente lo que sucede a su alrededor; lo sublime está contado con sencillez.



· Jesús de Nazaret. 1.977, de Franco Zefirelli. Fiel al texto evangélico, Zeffirelli compone un fresco de gran belleza y serenidad. El Cristo, interpretado por el actor británico Robert Powell, es de los más convincentes que se han visto en la pantalla. Nunca los ojos de Jesús han sido tan claros y penetrantes como en esta película.

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La última tentación de Cristo. 1.988, de Martin Scorsese. Está basada en la novela de Kazantzakis. Es la visión de un Cristo humano, enamorado de María Magdalena, que reflexiona sobre su destino. Película de enorme impacto popular, tachada de falsa, provocativa y blasfema.



FICHAS PARA TRABAJAR EL MUSEO DEL PRADO.




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