jueves, 4 de agosto de 2011

TEMA 6. CUARTO DE LA ESO.



LA CERCANÍA DE DIOS.









Cuando el hombre y la mujer van creciendo y madurando en su interior, se preguntan, cada vez con más frecuencia, sobre el sentido de su vida. En algunos casos se experimenta impotencia para contestar satisfactoriamente a esa pregunta radical, y ello produce una cierta insatisfacción y temor. Pero, desde la sinceridad, es necesario encontrar alguna respuesta a este interrogante.

Algunos , los más incoherentes o miedosos, renuncian a buscar el sentido, por eso resulta preocupante que vaya tomando cierta carta de naturaleza la pura y simple desesperanza. No es extraño que la cultura descreída tienda a revelarse hoy como una cultura desesperanzada.

Otros, en cambio, no se resignan a desesperarse y emprenden un camino de búsqueda. Este camino también lo recorren, muchas veces, quienes ya tienen la luz de la fe, porque el camino de Dios al encuentro del hombre no suple el camino del hombre al encuentro con Dios.



Rastrean la creación y encuentran en ella las huellas imborrables de Dios. Porque es verdad que “su poder y su divinidad se hacen visibles en las cosas creadas” Rom 1, 19-20.

Descubren en la historia de la humanidad la presencia activa de Dios.


Encuentran en su corazón la cercanía de Dios que se experimenta más íntima y más elocuente. San Agustín lo descubrió dentro de sí:



“Buscaba el camino y no lo encontraba.

Hasta que penetré en mi interior y, al entrar, vi

Con los ojos del alma, una luz extraordinaria.

Tú estabas dentro de mí y yo te buscaba fuera”.

                                     Confesiones.

EL DESEQUILIBRIO CONSTANTE.
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El encuentro con Dios en el propio corazón produce, a la vez , dos sentimientos contrapuestos:

·        Por una parte, la paz de su cercanía. Es verdad que la presencia de Dios crea paz interior.

·        Pero, a la vez, esa misma presencia provoca una inquietud, una nostalgia. Hay alegría, pero falta todavía algo muy importante para ser feliz de verdad.

En el corazón del hombre hay, pues, un desequilibrio constante. El anhelo de felicidad es irrenunciable y, a la vez, es inalcanzable para las solas fuerzas del hombre.

El deseo de felicidad es común a todos: nadie renuncia al anhelo de vivir siempre y de vivir feliz. Pero esa felicidad, que con tanta sed busca, no se encuentra en la tierra. En la vida de muchos hombres se manifiesta esta experiencia. Pensaron encontrar en este mundo la felicidad, pero fracasaron: Buscaron el camino y no lo encontraron.


“El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con intento certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte”. Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, nº 18.



EL DON DE LA ESPERANZA

·        La esperanza cristiana asume las ilusiones de los hombres, las purifica y las ordena a la meta definitiva.

·        Protege al hombre del desaliento y le sostiene en todo desfallecimiento.

·        Dilata el corazón del hombre en la espera de la bienaventuranza eterna; preserva del egoísmo y conduce a la caridad.



Por la revelación hecha por Cristo se puede descubrir el sentido de la riqueza y de la esperanza:




·        Esperanza de RESURRECCIÓN, de superar el poder de la muerte y del pecado.

·        Esperanza de PARTICIPAR EN LA GLORIA de Jesucristo.

·        Esperanza de RECONCILIACIÓN con todas las criaturas, divididas y enemistadas por el pecado.

·        Esperanza de UN CIELO NUEVO, UNA TIERRA NUEVA.

LA PÉRDIDA DE LA ESPERANZA.

La búsqueda de la felicidad, sólo en las cosas materiales, trae, necesariamente, antes o después, una profunda decepción que suele llevar a la desesperación.

La desesperanza es una de las más angustiosas enfermedades del corazón humano:

·        Hace perder el sentido de la vida, de los acontecimientos e incluso de las personas.

·        Todo pierde el valor que antes tenía o se le había dado.


·       
El suicidio se presenta, a veces, como la salida lógica a esa dramática situación.



LA PRESUNCIÓN.

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Otro pecado contra la esperanza es la presunción. Suele ser fruto de la soberbia, de la autosuficiencia, de la autosatisfacción. El autosuficiente presume de sus capacidades. No necesita la ayuda de nadie:

El fariseo, en pie, oraba para sí de esta manera: ¡Oh Dios!, te doy gracias de que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces a la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo”. (Lc 18, 9-14).

Jesucristo describe en la parábola del fariseo y del publicano a los que “confiaban mucho en sí mismos, teniéndose por justos y despreciaban a los demás”. La oración del fariseo manifiesta su actitud presuntuosa.

OTRAS FORMAS DE FALSAS ESPERANZAS

El fracaso de muchas esperanzas puestas en el MATERIALISMO ha dado lugar al renacimiento de otras falsas esperanzas, que parecían superadas, como creencias ancestrales y supersticiones para intentar saciar la cada vez mayor demanda de esperanza.


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“Y paradójicamente, junto a la ciencia y la técnica más avanzada, florecen con cierto vigor la astrología, los horóscopos, la quiromancia, etc. Al mismo tiempo, se recuperan, más o menos adaptadas, diversas formas de antiguas creencias sobre la supervivencia del hombre, tales como la reencarnación”. Comisión para la Doctrina de la Fe, Documento sobre escatología.


NUESTRA ESPERANZA ES JESÚS RESUCITADO.

La esperanza se apoya, como la fe, en la RESURRECCIÓN DE JESÚS. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado (Lc 24, 5-6). El anuncio de los ángeles, proclamado en aquella mañana de Pascua, junto al sepulcro vacío, ha llegado a través de los siglos hasta nosotros. Este anuncio nos propone el motivo esencial de nuestra esperanza.

La resurrección de Jesús no ha sido sólo el final feliz de un destino personal, el de Cristo, sino que, además, es anticipo y modelo de un destino común, el de los suyos. Desde entonces, la historia humana es un tiempo de esperanza.

Para los cristianos la historia camina hacia una solución final. “El día del Señor”, el de la “vuelta en majestad”, será el día final de la historia humana.

“Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último"”Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.040.

Por eso, la Iglesia tiene necesidad de anunciar de nuevo, en medio de nuestro mundo, la esperanza hecha carne: Jesucristo crucificado y resucitado, con la seguridad que ofrece su palabra:

“No temas: Yo soy el primero y el último, Yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos; y tengo las llaves de la muerte y del infierno”. Apocalipsis 1, 17-18.

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SABER ESPERAR


La esperanza cristiana está orientada hacia Jesucristo resucitado. Aunque peregrinamos hacia otra patria, los cristianos saben que caminan hacia ella por la esperanza, por eso, “debemos hacer provisión de esperanza si queremos marchar con paso firme y seguro por el duro camino que nos espera. Pablo VI, Discurso 9-12-1.975.

La esperanza es la virtud del caminante. En medio de las dificultades, a ejemplo de Abrahán, el cristiano cree “contra toda esperanza” y hace suya la explicación que ofrece Juan Pablo II:

“¿Cómo puede suceder esto? Sucede porque se aferra a tres verdades: Dios es omnipotente. Dios me ama inmensamente. Dios es fiel a las promesas. Y es Él, el Dios de las misericordias, quien enciende en mí la confianza; por lo cual yo no me siento ni solo, ni inútil, ni abandonado, sino implicado en un destino de salvación que desembocará un día en el Paraíso. Discurso 20-IX-1.978.

En la vida del cristiano se mantiene así una tensión: el ya de la presencia del Reino de Dios y, a la vez, permanece en vela aguardando la plenitud de ese Reino en el mundo venidero.

El Concilio Vaticano II ha recordado estos dos aspectos de la vida cristiana: la esperanza en un futuro y la certeza de que ese futuro esperado ha comenzado ya en el presente:

La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente. Por tanto, mientras moramos en este cuerpo, vivimos en el destierro, lejos del Señor, y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior y ansiamos estar con Cristo”. Lumen Gentium, nº48.



PARA VIVIR LA ESPERANZA




VELAR

 

El creyente vela, a fin de vivir en la noche, sin ser de la noche. Velar es estar vigilante, luchar contra la pereza y la negligencia a fin de conseguir aquello que se persigue, recordando las palabras de Jesús: “Cuidado con que nadie os extravíe. Vendrán muchos usurpando mi nombre, diciendo: Yo soy el Mesías, y extraviarán a mucha gente” Mt 24, 4-5.


La alegría es fruto de la esperanza: “Vivid alegres con la esperanza” (Rom 12,12). Por eso San Pablo desea que “el Dios de la esperanza os llene de cumplida alegría y paz en la fe para que abundéis en esperanza por la virtud del Espíritu Santo” (Rom 15,13). Juan Pablo II confirma este convencimiento: “Incluso frente a las dificultades de la vida presente y ante dolorosas experiencias de prevaricaciones y de fallos del hombre en la historia, la esperanza es la fuente del optimismo cristiano” (Discurso 27-V-1.992).
ASEGURAR LA FE

 


Creer y esperar son aspectos inseparables de la vida del creyente. “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros?”. 2 Cor 13,5.

VIVIR LA ALEGRÍA
                    

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