jueves, 4 de agosto de 2011

TEMA 4. CUARTO DE LA ESO.



EL CRISTIANO ANTE LOS BIENES MATERIALES.


DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES

Dios ha puesto en manos de los hombres los bienes de la tierra con un triple encargo: de cuidarlos, dominarlos por medio del trabajo y beneficiarse de sus frutos.
La entrega de estos bienes es a todos los hombres, de todos los tiempos y en todos los lugares. No es a unos pocos, ni para beneficio de los más privilegiados. Es para todos, y la creación es tan abundante y rica que de ella se puede beneficiar toda la humanidad.

Sin embargo, con frecuencia, esto no es así; porque unos pocos se aprovechan de la mayoría de los bienes, mientras otros muchos carecen de ellos. Por eso, la Iglesia siempre ha insistido con sus enseñanzas en que los bienes de la tierra tienen como destinatarios a todos los hombres. Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 69.
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El fundamento del destino universal de los bienes está en la paternidad universal de Dios. De ella nace la fraternidad de todos los hombres obligados a compartir lo que se tiene con los demás, especialmente con los más pobres y necesitados. Desgraciadamente hoy la humanidad padece un desequilibrio en la distribución equitativa de los bienes.

LA PROPIEDAD PRIVADA
Al mismo tiempo cada persona tiene derecho a poseer como propios los bienes que obtiene por un trabajo o los que recibe por herencia o por regalo. Es lo que se llama propiedad privada que Dios confía al individuo o a la familia.
Pero la propiedad privada no es un derecho absoluto, sino que está en función del bien social. Por eso, la persona propietaria de bienes no los debe poseer como exclusivamente suyos, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás.
La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a los más próximos. Catecismo de la Iglesia Católica nº 2.404.

Desde el punto de vista moral no es pecado poseer bienes, sino impedir su función social para beneficio de otro. Por eso, va contra la voluntad de Dios:

·        Poseer bienes con ambición y para exclusivo disfrute egoista.

·        Negarse a desprenderse de lo necesario para ayudar a los más necesitados.

·        Fomentar actitudes consumistas y acaparadoras de bienes de consumo y de producción.

·        El egoísmo de los países ricos que se niegan a ayudar a los más pobres.

La Iglesia recomienda y manda el precepto de la limosna no sólo para remediar una inmediata necesidad ajena, sino para ayudar a que los más necesitados se capaciten para liberarse de la miseria. El que comparte con los demás sabe que su generosidad es una gracia, fruto del amor que viene de Dios.

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.

DIOS
 
Todo hombre tiene derecho a buscar, descubrir y vivir su relación con Dios en la vida social. En concreto, la sociedad debe respetar el derecho a la libertad religiosa.
UNO MISMO


Todo hombre tiene derecho al respeto de su dignidad humana. Por tanto, la sociedad debe evitar que la persona sea instrumentalizada o manipulada en perjuicio de su dignidad.

LOS DEMÁS


Las relaciones interpersonales deben ser guiadas por el bien común y la dignidad personal. En consecuencia, la sociedad debe promover la participación de las personas en las tareas sociales.



LAS COSAS


Las personas tienen la responsabilidad en la posesión, uso, transformación y distribución de las cosas según la justicia y la caridad. Por eso, la sociedad tiene el deber de salvaguardar las exigencias de la justicia a favor de las personas.



           EL CRISTIANO Y LOS BIENES DE LA NATURALEZA


·        Defender y proteger toda clase de vida: vegetal, animal y humana, valorando más su bondad y su belleza.

·        Cuidar las cosas creadas para hacer del planeta un lugar habitable.

·        Evitar las acciones que lleven  a la explotación irracional de la naturaleza a favor de unos simples intereses económicos inmediatos.

·        No destruir, ensuciar o tratar desordenadamente cuanto hay en nuestro entorno natural.


EL CRISTIANO Y LOS BIENES ECONÓMICOS

Guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. (Lc 12, 15-21).
 La moral cristiana advierte de la inmoralidad de algunas acciones que nacen de la codicia:

·        Acumular bienes para  uno mismo, despojando a otros de lo que les pertenece o de aquellos bienes que le son necesarios.

·        Robar o quitar algún bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño o defraudar a otro adulterando la mercancía objeto de un negocio legal.

·        Retener injustamente el bien ajeno, como por ejemplo, pagar salarios injustos, defraudar en el ejercicio del comercio, especular con los precios, etc.

·        Tener envidia de los bienes ajenos.




También la moral cristiana obliga a la restitución de lo robado, requisito para percibir el perdón.

 El amor a los más pobres es una exigencia de la justicia de la caridad, pues no hacer partícipes a los pobres de los propios bienes, es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos (San Juan Crisóstomo). La Iglesia insiste constantemente en la práctica de las obras de misericordia.

EL CRISTIANO Y EL TRABAJO

Va en contra de la voluntad de Dios:

·        Realizar un trabajo mal hecho.

·        Pagar sueldos injustos, o permitir un trabajo en condiciones no dignas.

·        No colaborar en la lucha contra el paro.

·        No dedicar el tiempo necesario al descanso para atender a la vida familiar, social, cultural y religiosa.

 Hay que esforzarse para que:

·        Todos los hombres tengan en la sociedad un puesto de trabajo dignamente retribuido.

·        Ningún trabajo constituya una humillación para nadie.

·        Todos los hombres encuentren el trabajo más adecuado para sus capacidades.

·        Las personas asuman la responsabilidad de contribuir al perfeccionamiento de la creación.

·        Y, sobre todo, trabajen bien.


EL CRISTIANO Y LA CULTURA Y EDUCACIÓN.


La cultura y educación son bienes necesarios para la persona humana que no podrá alcanzar la adecuada dignidad si carece de ellas. Por eso, la sociedad debe procurar y proteger el derecho de cada persona a tener la educación y la cultura que la dignifiquen como tal.
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Se llama cultura a todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales. Del valor de la cultura se derivan unas exigencias morales para las personas y para la sociedad. Éstas implican una obligación moral para que:

·        La cultura sea verdaderamente “humana”, donde el “ser” prevalezca sobre el “tener”.

·        La cultura contribuya a desarrollar y expresar la dimensión religiosa del hombre.

·        La cultura sea para el hombre y no el hombre para la cultura. No sería verdadera cultura la que prescinde del bien del hombre.

La educación tiene como finalidad contribuir a que el hombre llegue a ser cada vez más perfecto, formando a la persona en orden a su fin último y al bien de la sociedad de la que forma parte. De la importancia de la educación para las personas se derivan una serie de deberes:

·        Los padres tienen la obligación de educar a sus hijos; ellos son los primeros y principales educadores.

·        La sociedad debe tutelar los derechos y los deberes de los padres y educadores en el cumplimiento de este deber, y suplirles cuando ellos no puedan atender estas tareas.

·        Los niños y jóvenes tienen el deber de estudiar y aprovechar todos los medios para su educación.

·        La Iglesia puede fundar instituciones educativas para contribuir a la formación de los ciudadanos.


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